Nacionalismo
Con la soga al cuello
El cerco se aprieta a medida que los separatistas catalanes aceleran los preparativos del referéndum y multiplican su propaganda exterior. La Audiencia Nacional investiga las «estructuras de Estado» puestas en marcha por la Generalitat. El Tribunal Constitucional congela la partida de los presupuestos para la pretendida consulta. La Fiscalía, con la ayuda de la Guardia Civil, pide cuentas a una veintena de empresas y consultoras sobre su participación en los preparativos de dicho referéndum declarado abiertamente ilegal. Cada cual deberá atenerse a las consecuencias. Más de uno está ya con la soga al cuello. Nadie va a parar ya la maquinaria de la Justicia, puesta en marcha en defensa de la legalidad. Hasta aquí hemos llegado. No resulta fácil en estas circunstancias, cuando los soberanistas lanzan una OPA hostil contra España y la cacarean en el exterior, sentarse a dialogar sobre un compromiso político que impida el duro desenlace.
Los nacionalistas se han apoderado de la política catalana, la han usurpado ante la histórica dejación de los grandes partidos españoles, cuya presencia en Cataluña ha disminuido peligrosamente. La Historia pedirá cuentas al PP por esta pérdida de influencia en la región más conflictiva de España y, sobre todo, al PSOE por la deriva nacionalista del PSC en los momentos claves en que ha gobernado allí. Ahí está la funesta etapa del cordobés Montilla y el desaguisado de Zapatero, que dio cuerda a los secesionistas. La «tercera vía» que ahora proponen los socialistas con la reforma de la Constitución para que los catalanistas se encuentren algo más cómodos en España –la «conllevanza» de Ortega–, no haría más que prolongar y agudizar el problema. Los nacionalistas catalanes son insaciables. Mejor sería esforzarse en volver a tomar las riendas de la política nacional en Cataluña antes de que sea demasiado tarde.
Más que de inmovilismo, de lo que una amplia corriente de opinión, cada vez más impetuosa, acusa al presidente Rajoy es de contemporizar demasiado con los catalanistas de la OPA hostil a España, ofreciéndoles incluso más dinero de los presupuestos del Estado, en vez de actuar con mayor contundencia y dureza, aplicando rigurosamente la Constitución. ¡A los separatistas, ni agua!, es la frase que más se oye estos días. Acaso convendría hablar ya con claridad. El independentismo de Quebec se diluyó como un azucarillo cuando el Gobierno de Canadá puso sobre la mesa asuntos tan concretos y decisivos como fronteras, aduanas, pasaportes y aranceles. El golpe de Estado que pretenden las autoridades catalanes, si cuajara –cosa improbable–, dejaría a Cataluña fuera de Europa y aislada: encerrada en sí misma. La burguesía catalana está jugando con la soga al cuello.
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