Lucha contra ETA
Contra ETA luchamos ...
... desde la sociedad civil unos cuantos, allá por la primera década de nuestro siglo. No éramos multitud ni tampoco un cogollito. Inscribimos nuestras asociaciones fuera del País Vasco para eludir la tutela de los nacionalistas. Había varias porque, aunque no nos llevábamos mal, teníamos nuestras diferencias. La nuestra fue una lucha por la libertad. Sí, por la libertad; habrá que recordarlo y decirlo muchas veces porque parece que se ha olvidado. Por la libertad combatimos porque tanto ETA, con el terrorismo, como el PNV, con un nacionalismo invasivo que por aquel entonces, tras Lizarra, confluía con aquella, nos amenazaba, acogotaba nuestro pensamiento y nuestro deseo, e impedía nuestra expresión. Por la libertad luchamos también cuando tuvimos que oponernos a Zapatero y sus trasiegos con ETA. Es verdad que nuestro éxito no fue completo, pues aunque impedimos el que hubiese sido un pacto vergonzante, no pudimos evitar que el partido de ETA regresara a las instituciones con la bendición de unos magistrados constitucionales que trabajaban para el presidente del Gobierno. Por la libertad batallamos sin olvidar a las víctimas del terrorismo. ¿Cómo no tenerlas presentes si entre los nuestros hubo quienes fueron asesinados, quienes sufrieron persecución, quienes tuvieron que vivir escoltados, quienes fueron extorsionados y nunca pagaron un duro a ETA? Pero las víctimas no fueron nunca el centro, el núcleo, la esencia de nuestra reivindicación. Estábamos con ellas porque nuestra apelación a la libertad albergaba una exigencia radical de justicia para quienes habían sido sacrificados. Esto también parece que se ha olvidado en estos tiempos en los que ETA ya no mata porque, en ese discurso simplificado que elude lo esencial, a las víctimas se las eleva a un altar abstracto que facilita el extravío del objetivo político fundamental.
¿Qué hacer con ETA ahora que, según dice, se desarma? Pues volver a recuperar la lucha por la libertad. No se trata de que los etarras se arrepientan, pidan perdón y resarzan a las víctimas, como dice todos los días el ministro del Interior. Da igual si se arrepienten o no porque lo nuestro, lo suyo señor ministro, no es la moral sino la política. Y no es casual que el proyecto político de los de ETA –el mismo proyecto con el que están presentes por delegación en el Parlamento Vasco y en el Congreso de los Diputados– es y seguirá siendo un ataque contra nuestra libertad. Su pretensión de independencia para Euskal Herria –sea cual sea la extensión territorial que se quiera dar a este concepto– y de mezcolanza revolucionaria de comunismo, anarquismo y anticapitalismo, encierra una aspiración totalitaria que, de realizarse, acabará cercenando la libertad de la que, aunque sea a veces renqueando, ahora disfrutamos.
Recuérdenlo nuestras clases dirigentes: ¿qué hacer con ETA? Pues aquello que sume, que añada cotas de mayor libertad para los españoles. Para ello, nuestra política ha de impedir que ETA progrese aunque no mate. Ha de evitar que sus propósitos liberticidas encuentren albergue y sean apartados definitivamente de nuestra sociedad.
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