Cristina López Schlichting
Cosas de comer
Cada uno tiene sus perversidades y la mía, lo reconozco, es que Mariano Rajoy me hace gracia, justo lo que no le hace a nadie. Hay quien lo considera aburrido o quien lo tacha de déspota (los «indignados», por ejemplo) y todos coincidimos más o menos en que es un hombre prudente y algo opaco. Pero a mí, además, me saca una sonrisa. De ideas «talentudas» y proyectos salvadores estamos curados después de lo de Zapatero. Y cuando la derecha más recalcitrante lo acusa de no coger el toro por los cuernos, a mí me gusta recordar a Aznar, que, por echarle empuje a la cosa y valor e iniciativa, acabó siendo tachado de asesino por las calles de este extraño país en el que ETA ya había querido volarlo en pedazos... qué buen señor... de haber tenido buen vasallo. La cosa pública está tan revuelta y denostada que a veces pienso que sólo un gallego con piel de elefante y flema británica (¡cómo me acuerdo de Cela!) puede guiar el barco mientras le escupen de uno y otro lado. Naturalmente, hay cosas de Rajoy que me desagradan su trato a Bolinaga, por ejemplo. Pero me sorprende que a estas alturas de la película todavía la izquierda no haya conseguido que la gente lo odie: reconozcan que es un mérito en España en plena crisis. Y ya se sabe que, en las elecciones españolas no se ponen gobiernos, aquí lo que nos gusta es deponerlos. En esta lucha contra la deposición –permítanme la broma– el presidente ha vuelto a tener un rasgo artero al posponer de manera casi grosera el nombre del cabeza de lista a las elecciones europeas. El gallego no tiene nada que ganar en la campaña, porque es muy difícil venderle a la gente las bondades de apretarse el cinturón. Y como el PSOE no puede decir ni «mu» de economía después de la que ha liado, Valenciano –que es lista y olfatea la calle– piensa en una campaña ideológica articulada en torno a supuestos derechos conculcados, retrasos sociales y el aborto. Pero ahora que se confirma que su oponente será Arias, toda esperanza de tener delante una portería accesible a ese discurso ha desaparecido. Cañete es sinónimo de cosas de comer –conejo, aceite, pesca, agricultura–, de sentido práctico, de «savoir faire» en Bruselas, de «déjate de rollos que hay que poner la mesa». A ver qué hace Valenciano con eso. Y en una mini campaña de dos meses de la que tiene la culpa el silencio artero de Rajoy.
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