José María Marco

¿Crisis de valores?

La muerte de Cristo en la cruz cierra un ciclo religioso y abre otro, anunciado en los Salmos y en los profetas: una religión nueva en la que queda atrás el sacrificio como forma privilegiada de relación con Dios. A partir de ahí, y por muchos esfuerzos que se hayan hecho para restaurarla en su estado anterior, la religión es otra cosa: la confianza en el amor infinito de Dios, que no requiere ya sacrificios (y sí «un corazón contrito y humillado», Sal. 51:17). Desde otra perspectiva, muy distinta, el cristianismo también revolucionó las religiones tradicionales al abrir un abismo, que no se cerraría nunca, entre el poder temporal y el espiritual. El cristianismo, como se ha dicho en muchas ocasiones, llevaba en sí la semilla de una nueva actitud, la de la secularización y la de una nueva forma de comprender la religión: una religión después de la religión.

La modernidad está en deuda con el cristianismo porque es el cristianismo el que preparó el terreno e hizo posible, desde dentro, la aparición de lo que conocemos como mundo moderno: la racionalidad, el pensamiento científico, el individuo, la libertad. No es de extrañar, por tanto, que los cristianos y el cristianismo aparezcan como una de las víctimas del actual proceso de confrontación del islam con sus propias posibilidades de modernización. Evidentemente, los cristianos padecen por causas muy diversas: son las víctimas colaterales del enfrentamiento entre suníes y chiíes, y a veces se convierten en el chivo expiatorio de la manipulación reislamizadora, por así llamarla, de las poblaciones musulmanas, en marcha desde hace medio siglo.

El problema, sin embargo, va aún más lejos y afecta a la estructura misma de una cierta mentalidad musulmana, que no es capaz de aceptar que la modernidad requiere un giro de fondo no, tal vez, en el objeto de la fe, pero sí en la forma en la que la fe se integra y hace suyo el mundo que la rodea. El cristianismo se enfrentó a problemas similares, pero en su naturaleza estaba la posibilidad de superarlos. Los musulmanes no lo han hecho todavía. Buena parte de lo que está ocurriendo puede ser interpretado así, como un repliegue atemorizado a un mundo que ofrece formas de seguridad sin las cuales no se sabe cómo vivir. La crisis de valores, y el miedo y la ansiedad, por no decir el pánico, no están del lado de los continuadores o los herederos del cristianismo, donde hay otros problemas, sino en el mundo musulmán.