César Vidal

Cumbre agridulce

Nunca he depositado mucha esperanza en las cumbres. Por regla general, las verdaderamente importantes suelen acabar en algo como la reunión de pastores, oveja muerta al estilo de Yalta y Postdam. El resto, más allá de alguna excepción, rara vez pasan de algún gesto simbólico que no sirve para evitar que se vean sepultadas en el olvido con relativa rapidez. No esperaba, pues, mucho de la cumbre de Panamá y lamento decir que mi pesimismo se ha visto justificado. Sí, es cierto que la Venezuela chavista ha pasado mejores épocas e incluso ha sido objeto de una condena formal suscrita por varios antiguos presidentes, pero ahí ha quedado todo. Cuba, la nación que con diferencia padece el régimen más represivo del continente, no sólo no ha sido objeto de condena alguna sino que incluso ha recibido albricias y parabienes porque así lo decidió la Casa Blanca hace unos meses. Se dirá que se espera –que ya es ganas de esperar– que el régimen cambie y que se le dé una oportunidad. Se puede decir, sin duda, pero los disidentes cubanos a los que se insultó, agredió y cortó la luz seguramente no habrán quedado muy convencidos. Pero junto con la clamorosa excepción cubana, la cumbre ha hecho todo lo posible por no pronunciar ni un átomo de censura hacia regímenes de la misma calaña que el bolivariano y que existen en naciones como Ecuador, Bolivia o Nicaragua. Ecuador, de hecho, reprime más la libertad de prensa que Venezuela; Evo Morales no está menos acosado por los disidentes que Maduro y Nicaragua cuenta con un proyecto no más democrático que el chavista. Sin embargo, contra esta siniestra triada nada se dijo ni actuó siquiera, por que más de un antiguo presidente y más de dos y más de tres no habrían firmado una declaración en la que apareciera alguna de estas tres naciones. La cumbre, pues, ha resultado agridulce. Lo ha sido porque una dictadura caribeña ha terminado imponiéndose sobre Estados Unidos que ha debido reconocer –como en Vietnam, ayer; como en Irak y Afganistán mañana– que la superioridad militar de poco sirve cuando los que están enfrente no tienen la menor intención de contar sus propias bajas sino sólo de aguantar. Lo ha sido porque, puestos a condenar dictaduras, pesan más las ocupaciones de «lobistas» actuales que la defensa de la democracia futura. Lo ha sido porque, lamentablemente, las cumbres suelen servir para poco salvo que en ellas se decida el destino desdichado de lejanas naciones.