Cristina López Schlichting
Cup of café
No fue casualidad que la alcaldesa de Madrid propusiese una «cup of café con leche» en lugar de un chato de vino o un cocido. «Tomar un café juntos» es sinónimo de pausa apetecible y sobriedad. Nada que ver con tomarse unas cañas o salir de copas. Del café ha nacido una cultura que –prohibido el mundo del humo en las películas– se difunde mediante actores que llevan grandes vasos por una comisaría o se reúnen en una redacción de periódico en torno a las tazas; amigos que echan un rato a media jornada ante una barra o confidentes que aprovechan la sobremesa o la tarde. Las especies de café traen nombres exóticos y maravillosos consigo: arábiga, Colombia, Brasil... Los extranjeros se vuelven locos para aprender las mil formas de pedir un café en España: cortado, manchado, solo, largo, con nube, con hielo, carajillo... lo hemos conseguido con una sola clase de café, así que imagínense de qué seríamos capaces si ahora pudiésemos mezclar sabores. Café de fresa como postre; café a la fabada como laxante; café al brécol como rejuvenecedor. ¿Y los niveles de cafeína? ¿Imaginan desayunar «supercafé»; tomar café al 50 por ciento de postre y hasta permitirse un café con «pincelada de cafeína» después de las siete de la tarde? Hay que inventar una graduación para el nuevo café. No entiendo de flavonoides ni metiltransferasas, pero podría hacer una lista de las cosas que en mi vida ha marcado el café. Café para hacer frente al jefe cruel, enfrentarse a una ruptura, escuchar la confesión insospechada, confortar a una amiga. Últimamente me froto café en la ducha sobre las cartucheras –dicen que las disminuye y yo insisto esperanzada– y espero ansiosamente el día en que pueda hacer pompas con el café o mezclarlo en el aire acondicionado.
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