Andalucía
Curso nuevo, curso de siempre
La primera virtud del periodista debe ser la curiosidad, que se exacerba en vísperas de iniciarse el curso. Aunque la gente de los gabinetes de prensa aplica a machamartillo el aforismo campestre «a-quien-quiera-saber-mentiras-con-él», siempre cabe cogerlos en un bar con la guardia baja y la capa freática anegando el hígado. De modo que la pregunta directa encuentra, por una vez, una respuesta rápida y franca: «Sólo importa Cataluña, así que aquí no va a pasar nada». La moción de censura en Granada, si eso, ya la veremos después de que se aprueben esos presupuestos que asoman tras la empalizada de la bonificación del impuesto de sucesiones que reclama Juan Marín, porque con Podemos, de momento, no hay tutía. «Claro que habrá que ir ensayando los pactos de cara a las municipales de 2019, pero es que volvemos a lo mismo: mientras Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez no se bajen del burro catalán y plurinacional...», añade el interlocutor con expresión de estar sufriendo un bucle melancólico o el síndrome de la rueda del hámster. Hace cuatro años que Susana Díaz ascendió a la presidencia de la Junta, o sea, y por ninguna parte se percibe el astronómico capital de ilusión que anunciaba la estruendosa trompetería propagandística: todo es más bien rutina y mediocridad, como si un partido trilero hubiese tejido una tupida red clientelar que la oposición, alelada y resignada, se ve incapaz de desbrozar. Pero no es eso lo que pasa en Andalucía, claro que no, la región imparable que alumbrará un modelo socio-económico singular para asombro del orbe. Soñando con la California de Europa. Entonces, sale el catastrófico dato del paro y nos devuelve a la realidad con más virulencia que el atascazo del domingo por la tarde.
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