César Vidal
De 23-F a 23-F
El tiempo pasa de manera inexorable e innegable. No se trata sólo del cabello perdido o de los kilos acumulados. En realidad, donde más se aprecia es en la manera en que los acontecimientos son totalmente distintos a pesar de que fechas, ocasiones e incluso personas pretendan ser las mismas. El 23-F no se nos olvidará a los que lo vivimos en aquellos años de la Transición. Se podrá discutir ahora quién estaba detrás de la trama, si el general Armada deseaba establecer simplemente un Gobierno de coalición y si llegamos a conocer toda la verdad, pero de lo que no cabe la menor duda es del miedo generalizado que pasaron millones de españoles. Para la práctica totalidad, lo que se había visto en las pantallas de televisión no era sino un cuartelazo indecente en el que un enloquecido teniente coronel de la Benemérita había intentado tirar por el suelo al general Gutiérrez Mellado, símbolo del Ejército convertido a la democracia, y en el que Suárez actuó con una gallardía que brilló por su ausencia en el resto del hemiciclo. Aquella noche, a pesar de la declaración aprobada por el legislativo en la época de ZP, ni los partidos políticos ni los sindicatos ni mucho menos los gobiernos autonómicos defendieron la democracia. A decir verdad, los carnets ardieron por centenares y no pocos llegaron a Andorra y Portugal. Excepciones –a decir verdad– yo sólo recuerdo dos: mi padre, que se empeñó en desenterrar un fusil y en lanzarse a la calle para defender la causa de la libertad, y el Rey. Al primero lo sujetamos con no poco esfuerzo mi hermano y yo; el segundo salió por televisión certificando el acta de defunción del golpe. Ahora, una serie de paniaguados diversos y totalitarios apenas ocultos han decidido lanzarse a la calle para enfrentarse a un nuevo golpe que, supuestamente, han dado los mercados. Ahí están desde los liberados sindicales a los que mantenemos con nuestros impuestos a los profesores que entraron en la enseñanza por la puerta falsa, pasando por los sanitarios que no protestan en Andalucía o por los perroflautas. ¿Golpe? ¡Quiá! Si de verdad existiera la menor posibilidad de un golpe actuarían como en aquel otro 23-F. Algunos se esconderían debajo de sus asientos, otros quemarían los carnets, otros agarrarían la carretera y todos esperarían que, la otra vez, el Rey pusiera orden.
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