Joaquín Marco
De Campaña
Andar en campaña electoral nos evoca como una imagen bélica. Porque antes no existían otras campañas que las militares, a campo abierto, como lo sugiere el Diccionario de la Real Academia Española, aunque etimológicamente campaña derive del latín campanea, y, a su vez, de campus. De ahí, el origen campestre de este «campo semántico», hoy invadido también por los políticos. Se trata de convencer, en zonas rurales o ciudades, a quienes dudan, porque hay muchos que están ya convencidos de a quién hay que votar y otros de a quienes no. Nos hallamos en plena campaña de las elecciones catalanas con los líderes de los partidos que pretenden asumir una cierta cuota de poder en la autonomía. Y con la pretensión de Artur Mas de ser decisivo en cuanto a votos y arrimar cuanto pueda el voto que «ha de garantizar nuestra viabilidad como nación, como identidad y modelo de bienestar», según propone en su papeleta titulada «La voluntad de un pueblo», entre otros propósitos que desgranaremos. No cabe duda de que Mas va a conseguir una holgada mayoría, tal vez absoluta. En ningún documento escrito, que yo sepa, ha utilizado la palabra independencia, aunque sí verbalmente. El resto de los partidos catalanes se encuentra también enarbolando sus eslóganes, más o menos matizados, y los líderes nacionales se dejaron caer para fajarse por ese 30%, se dice, de indecisos, para quienes se organiza el caro zafarrancho que culmina depositando una papeleta en una urna. Pasaron las elecciones de Galicia y Euskadi con resultados harto predecibles (incluido el desastre electoral del PSE y del PSG). Saben los partidos nacionales que, en ocasiones, en elecciones generales pueden llegar a obtener hasta mayorías, pero difícilmente lo consiguen en autonómicas, salvo cuando no existen en el horizonte partidos nacionalistas.
Salvo los directamente implicados, pocos van a leerse los programas electorales, siempre farragosos, llenos de promesas y faltos de autocrítica. Por ello me voy a permitir aludir al esquema que propone la papeleta de Artur Mas, en la efigie que remite, un moderno y atractivo Pantocrator. ¿Quién puede negarse a un programa que asegura, además de la viabilidad como nación, tema ya mencionado, propósitos tan laudables como: el desarrollo económico y social de Cataluña, más progreso y más herramientas para salir de la crisis, mejores prestaciones para los mayores, una Educación y una Sanidad de mayor calidad, más bienestar para todos y también para nuestros hijos y nietos? ¿Quién es capaz de declinar de alguno de tales núcleos de enganche? Frente a todo ello se sitúan ocho puntos bajo el lema «El estado español ha cerrado las puertas...» Pero lo que promete el político de CiU, el espectro positivo que ha de atraer al votante, responde a los deseos de cualquier elector que no se menosprecie. Y resultaría válido en cualquier comunidad. Son promesas electorales que, no hay por qué dudarlo, el resto de políticos de otras formaciones también firmarían. Es un desiderátum. Otra cosa es que tales deseos vayan a poder cumplirse, porque chocarán con la cerrazón de quienes no parecen dispuestos a asegurar o garantizar el Estado del Bienestar. Hay que suponer que todos los que aspiran a representar al pueblo catalán proclaman de buena fe lo que creen posible y atractivo para cuantos depositan su voto. Quienes se abstengan eluden la fiesta democrática. Porque en ello consiste la democracia parlamentaria, aunque no siempre lo que se desea, puede cumplirse.
La desafección hacia los políticos procede también, en parte, de un exceso de confianza en sus posibilidades de actuación. No puede pasársenos por la cabeza siquiera que pretendan engañar a sus votantes. Se trata tan sólo de ofrecerles el aspecto positivo de una acción de gobierno, aunque para ello deban descalificar en parte a sus adversarios. En esta ocasión el enemigo a batir del futuro presidente Mas no es ni el PSC, ni el PPC, ni ERC, ni ICV, ni el resto de los partidos catalanes en liza. No cabe duda sobre su éxito en mayor o menor cuantía. Se trata, en esta ocasión de batirse, de President a Presidente. Mas busca el cuerpo a cuerpo con Rajoy y cuanto representa. Pueden reprocharle que durante su primer y breve mandato haya disminuido las aportaciones a la Educación y a la Sanidad (y ahora pretende enmendarse) y ha hecho relativamente poco para mitigar el paro abrumador al que no alude, aunque trate de la crisis. Éste, el más grave de los problemas -y no sólo en Cataluña- no aparece en el argumentario de la petición de voto de CiU. Nada se dice tampoco de otra cuestión clave: cómo garantizar la viabilidad como nación. Porque para ello se necesita no sólo un referéndum, tema que Mas sí anuncia, aunque no en su papeleta de enganche, y promete; tampoco enumera los múltiples y complejos pasos que han de darse para que tal hecho sea factible y el costo material y moral que pudiera suponer. Se trata, pues, de una enumeración de buenas intenciones, nada agresivas, ni distanciadoras. Alude a casi todo lo bueno, incluida Europa - si es que sobrevive-. ¿Quién va a abandonar esta nave con vientos tan favorables? Ni Unió puede reprocharle la ruta convenida.
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