Enrique López

De élites y masas

La Razón
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Ayer leía en una noticia que Hillary Clinton bromeaba respecto a que su rival Donald Trump no debería tener acceso a los códigos de las armas nucleares, y lo primero que se me ocurre es que hay cosas sobre las que nunca se debe bromear. Si echamos un vistazo a la historia del siglo XX, podemos observar que los grandes y graves sucesos, como fueron las dos guerras mundiales o nuestra propia Guerra Civil, significaron enormes enfrentamientos entre las masas, pero los responsables de los mismos fueron las élites, la cuales actuaron con una alto grado de frivolidad en algunos casos, de demagogia en otros, y de auténtico abuso de poder en la mayor parte de los casos. Iniciar así esta reflexión no supone aceptar la teoría de las élites por la que se entiende que en toda sociedad una minoría es siempre la única que detenta el poder en sus diversas formas frente a una mayoría que carece de el. No aceptando esto, puesto que por fortuna la esencia de nuestras democracias representativas es que el poder lo es de la mayoría con respecto la minoría, no cabe duda de la influencia que en determinadas decisiones tienen las élites, tanto políticas como sociales o económicas, ante lo que debe oponerse el ejercicio de la ciudadanías generando una auténtica sociedad civil articulada con procedimientos democráticos y previstos, y no a través de la muchedumbre. Aristóteles definía a la oclocracia como una forma degenerada de la república democrática. Ante movimientos como lo fue el fascismo en al Alemania nazi, o el enfrentamiento ideológico que se dio en la segunda república española, las élites del momento tuvieron una enorme responsabilidad, puesto que la mayoría se aproximaron a tales fenómenos con una grosera frivolidad, minusvalorando el peligro que entrañaban, y pensando siempre en sus intereses, de tal modo que asumiendo la teoría del apaciguamiento de Chamberlain, siempre se decía que no son tan malos como los pintan o que no es tan peligroso como pretenden. Al final, los malos se hicieron con el poder en Alemania, y el enfrentamiento civil en España fue una realidad. Pero lo que es cierto es que el pueblo alemán o el pueblo español en su conjunto no decidieron ni abrazar el nazismo en su caso, ni el enfrentamiento militar en el otro; las élites, aprovechándose de la degeneración de la democracia, hacia la dictadura en Alemania y hacia la oclocracia en España, determinaron los terribles acontecimientos. No se trata de establecer repartos de poder solidarios, puesto que la magnitud del cuerpo electoral no lo permite, sino de que aquellos que las circunstancias han colocado en posiciones privilegiadas para tomar decisiones en cualquier ámbito las tomen siendo conscientes de su responsabilidad y poder, y que aun sin querer pueden arrastrar a toda una sociedad al abismo por falta de valentía y arrojo en el enfrentamiento ante las degeneraciones del sistema. Decía Churchil que un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad, pero un frívolo nunca ve nada.