Enrique López
De esteladas y Pericles
Me gustaría escribir de esteladas, himnos y banderas, pero, por desgracia, España en estas cuestiones es un país un poco raro, y todo lo relacionado con estos temas termina en los tribunales. Qué extraños nos tienen que ver los europeos, donde ven natural prohibiciones que en España nos llevan a decisiones jurídicas difíciles en su adopción y comprensión, y que exigen ponderaciones entre valores constitucionales y derechos fundamentales, como si fueran algo ajeno entre sí. El artículo 6 de la Ley 19/2007 de 11 de julio contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte prohíbe «introducir, exhibir o elaborar pancartas, banderas, símbolos u otras señales con mensajes que inciten a la violencia», previsión cuya generalidad exige una concreción en cada caso. La Constitución no es una suerte de bingo donde se pueden elegir quince números y tener premio, la Constitución es de aplicación en su totalidad, y al igual que su artículo 20 proclama el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción, el art. 2 determina que la misma se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. Una bandera que simboliza la reclamación de la independencia de un territorio español halaga a unos y ofende a muchos, produciéndose una colisión entre derechos que en el ámbito jurídico podemos resolver sin muchos problemas, pero en la calle ofrece mayores dificultades. La bandera republicana y la bandera franquista enfrentan todavía a muchos españoles, porque lo que estaba detrás de tales enseñas nos llevó a una guerra civil que les costó la vida a muchos españoles, y provocó una dictadura para evitar otra. Detrás de los símbolos no sólo hay colores y estrellas, hay sentimientos, ideología e historia, y todo ello debe ser valorado por encima del simplismo y mantra democrático de que la libertad de expresión lo puede todo. En cualquier caso, el gran problema que tenemos en España es el empobrecimiento del debate político, determinado por las máximas sociológicas de los expertos en elecciones, los cuales llegan a la conclusión de que la edad media de compresión política de la sociedad española está muy por debajo de los 18 años y, por ello, hay que construir mensajes electorales compresibles por mentes poco formadas, para así llegar a todos. Esto produce un debate político simple y ramplón ajeno a los problemas reales, y que no busca soluciones para los mismos, sino frases y eslogans ganadores, y a eso hay algunos que, aunque no gobiernan, ya han demostrado que son los mejores. La democracia ateniense era tan perfecta como raquítica en su cuerpo electoral, se excluía a las mujeres y a los esclavos, y no todos los hombres podían votar. Pericles se dirigía a un cuerpo electoral de élite, y por ello su discurso era elevado; ahora ocurre todo lo contrario, pero yo no me creo que el pueblo español sea tan rácano intelectualmente y, por ello, se debe exigir un discurso político más elevado y que no menosprecie al pueblo español.
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