Alfonso Ussía
De iguales, nada
Una de las infecciones más graves y purulentas que padece España es la de los aforados. Para los que quieran entenderlo. La Infanta Cristina, que durante muchos años ocupó el tercer lugar en la sucesión de la Corona, no comparte el privilegio del aforamiento. Prueba de ello es que está en el banquillo de los acusados en el juicio del caso «Nóos». Es posible que sea favorecida por la llamada «Doctrina Botín», que no es la «Doctrina Infanta Cristina». Y también es más que probable que su presencia en el banquillo de los acusados –que ya no es tal banquillo, sino una silla más incómoda por su significado que por su asiento–, sea también consecuencia de un juez intructor empecinado en alcanzar la gloria de la popularidad barata. Un juez que sí goza de la condición de aforado, que fue tentado por «Podemos» y que no ha disimulado su animadversión hacia la Corona.
Se dice en la izquierda radical. No todos los españoles somos iguales ante la Justicia. Y le sobra razón a quien lo diga y denuncie. España cuenta con más de treinta mil aforados. Y esa cifra es parte de nuestra vergüenza, o mejor escrito, de nuestra desvergüenza. En los países sajones y similares, los más avanzados en el sentido puro y común de la democracia, los aforados no existen. Aquí, en España, entre el Estado y los feudos autonómicos, treinta mil españoles no comparten la igualdad ante la Justicia que el resto de ellos. Y la Infanta no es una de las privilegiadas.
Ayer nos reunimos un numeroso grupo de viejos amigos, compañeros del colegio y todas esas cosas que tanto unen. Éramos más de cincuenta. Y no éramos iguales. Cuarenta y muchos pertenecíamos al grupo de ciudadanos sin privilegios, fueros personales o inmunidades públicas. Pero siete de ellos eran aforados. Cuando en una sociedad se reúnen cincuenta viejos compañeros y de ellos siete tienen más privilegios que el resto, hay que tomarse en serio la mala broma. Como es sabido, Rajoy prometió disminuir el número de aforados en España. No lo ha hecho. Arriola es marido de aforada.
Sea cual sea la decisión del tribunal que juzga a los presumibles responsables de haber delinquido en el caso «Nóos», la demagogia está servida y la Infanta, condenada. Si la condena es ligera y la Infanta no tiene que pernoctar ni un día en la cárcel, se dirá que la Justicia no es igual para todos. Si se le aplica la «Doctrina Botín» se dirá que la Justicia no es igual para todos. Y muchos de los que protestarán, serán aforados, es decir, gozadores de la diferencia, de la distinción, del privilegio. Más de treinta mil aforados hay en España, y la Infanta no está entre ellos siendo hija de Rey, hermana de Rey y durante muchos años, tercera en la dinastía. Otra cosa es que la Infanta Cristina haya resuelto apoyar hasta el final a su marido, que salió rana del todo, y que no ha supuesto una sorpresa en su proceder. Tienen una familia, y una familia unida y compacta. Urdangarín no fue un capricho, pero sí una elección desastrosa. Y la Infanta ha sufrido el desastre lo mismo que la lealtad a una nefasta elección. Pero no hay vuelta atrás. Está siendo juzgada por tener los mismos derechos y deberes que el resto que los españoles, exceptuando a treinta mil aforados que son, a la postre, los que más vociferan y denuncian privilegios que sólo ellos disfrutan.
La Infanta Cristina ya ha sido condenada. Y para toda la vida. Conviene recordar a los que denuncian que la justicia no es igual para todos que más de treinta mil españoles conceden la razón a los denunciantes. Y que treinta mil españoles privilegiados ante la acción de la Justicia, es una corrupción más del sistema y un bálsamo compartido entre todos los partidos políticos. Todos, sin excepción. Y con entusiasmo.
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