Alfonso Ussía

De toros

De toros
De toroslarazon

Don Antonio Ordóñez Araujo, el mejor torero que ha nacido de madre, tenía dos vertientes, como la serranía rondeña. Si le soplaban los malos vientos sacaba de su interior una mala uva considerable. Y una noche de ventolera llamó por teléfono a Sevilla a don Francisco –Curro–, Romero, con quien le unía una estrecha amistad.

–Curro, me preocupa que no hayas matado ninguna corrida de Miura. Así, no vas a pasar a la posteridad–. Curro Romero no durmió bien aquella noche por las palabras del maestro supremo. Y muy de mañana le devolvió la llamada a Ronda:–Antonio, te llamo para decirte que he decidido no pasar a la posteridad–. En una comida en «Oriza», calle de San Fernando, azahar y jacarandas estallados, en la que Antonio Burgos y el que escribe le hicieron un «manguis» de langostinos al genio de Camas, le hice la pregunta del millón: –¿Qué diferencia hay entre un toro de Miura y otro de cualquiera de las ganaderías habituales?–; y el Faraón envaró la espalda y nos regaló la lección. «Vas de paseo de noche por Sevilla, y te cruzas con un señor que no te conoce de nada. Lo saludas, le deseas las buenas noches, y el señor te responde más o menos con educación. Eso es un toro normal. Pero paseas de noche por Sevilla, y te topas con un tipo altísimo, guapísimo, muy bien vestido, a quien tampoco conoces. Al llegar a su altura le deseas las buenas noches, y él, en lugar de corresponderte, se acerca y te suelta dos sopapos. Eso es un toro de Miura». Escribo de toros porque se aproxima la temporada. No se me enfaden los apasionados seguidores de la «excepción cultural» del toreo, el gran José Tomás. No acude a las grandes plazas y si ha toreado miuras ya se le han olvidado. «El Juli» se ha encaramado a la cima de los toreros de hoy, y Sevilla es testigo, un testigo en esto de los toros, fundamental. Si hay polémica, mejor, que la rivalidad estética y artística en el toreo es la sal y el sol de la Fiesta. También con Curro hablábamos del futuro. No había arrasado todavía la crisis económica. Le expuse que el origen de todos los grandes toreros y su aliciente para enfrentarse desde la quietud al movimiento y los pitones del toro, era el hambre, la necesidad. Se han dado excepciones en las grandes dinastías, como la Bienvenida, la Ordóñez y ahora mismo, Manzanares. Nacieron ricos y mejoraron a sus predecesores. –Para mí– le dije a Curro–, que los toreros en el futuro serán inmigrantes centroeuropeos–; –o chinos, sentenció el maestro–. Cuando hablábamos no se nos había pasado por la imaginación la triste realidad de hoy. Una España que se trocea y que en algunos de sus territorios se prohíben los toros como en Cataluña, o se dificulta la celebración de corridas como en San Sebastián. Derechos bovinos para los toros, derechos humanos para los asesinos y ausencia de derechos para las víctimas de los terroristas. Esto es así y no hay quien lo mueva. En lo que se refiere a Cataluña, el coraje de José Tomás ha sido impagable. Pero los fascismos nacionalistas no perdonan.

Para mí centroeuropeos y para Curro Romero, chinos. Estábamos equivocados porque ha vuelto el hambre y la necesidad. Y también por despiste geográfico. Ha declarado el actor José Sacristán que ser actor en España es como ser torero en Islandia. No estoy muy de acuerdo. Si en Islandia existieran tantos toreros como actores en España habría que abonarse a la feria de Reikiavik y a la corrida del Domingo de Resurrección de Keflavik. Los toreros ponen la femoral y el cine español se limita a poner la mano. Mala costumbre. Le daré la razón al estupendo actor cuando tome la alternativa en Madrid «El Niño de los Volcanes».