Iñaki Zaragüeta

Decisión obligada

Decisión obligada
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¿Pero qué esperaban? ¿Vulnerar la Constitución y que todos mirásemos a otro lado? Imaginaban a un Estado y a un Gobierno como representación del mismo eludiendo las responsabilidades otorgadas por los ciudadanos? La verdad, me cuesta entender cómo Artur Mas y sus mariachis se podían sentir inmunes para cualquier cosa, sin importar que ello fuera uno de los mayores dislates, si no el mayor, que se puedan cometer en un Estado democrático y desarrollado.

La única explicación posible para ello –lo he manifestado con reiteración en esta misma columna– la encuentro en que, con los graves problemas internos (corrupción, lingüística...), pretendieran salvaguardarse de ello mediante la segregación y su correspondiente evasión de las leyes vigentes, para imponer un pensamiento único en esa idea «barataria», como la denominaría el ingenioso hidalgo de Miguel de Cervantes.

El Gobierno de Mariano Rajoy no ha hecho más que cumplir con su obligación al recurrir ante el Tribunal Constitucional la decisión del Parlamento catalán que decidió ciscarse en las leyes y continuar por un camino imposible. Las manifestaciones del conseller Homs calificando de miopía política la actitud del Gobierno de España no deja de ser una proclama onírica y una conducción hacia ninguna parte a toda una sociedad que, en su día, decidió cambiar su protagonismo como abanderada de la modernidad social, cultural y política por un papel arcaico e inviable, con el consiguiente deterioro en todos los aspectos. Ahí está para corroborarlo la nefasta situación de sus finanzas o su lugar a la cabeza de los recortes sociales.

Por mucho que el TC haya demostrado con reiteración su surrealismo en algunas de sus decisiones, no cabe esperar otra sentencia que no sea el freno a la carrera emprendida por el nacionalismo catalán. Así es la vida.