Educación

Dedicatorias

La Razón
La RazónLa Razón

En estos días de feria del libro y dedicatorias pienso en cuántos escritores van luego a la Cuesta de Moyano y encuentran, ay, tantos suyos dedicados. Si se trata de una dedicatoria a un desconocido, todavía, pero ¿qué hay de los firmados a los más queridos? Pues que para ellos también hay mucha dedicatoria repetida. Entenderán que cuando hay que atender a multitud de lectores es preciso tirar de dedicatorias ensayadas, que queden bien aunque no existan vínculos personales en los que sustentarlas. Pero sucede que, sobre todo quienes firman a mansalva y cuentan con devotos que rezan delante de cualquier palabra suya escrita a mano, acaban valorando su «con cariño» como si fuera parte de la obra, y se lo ponen hasta a sus amigos de la infancia. Hombre, no. Verán Hay tres tipos de dedicatoria, la genérica (A Pepito, con afecto), correcta para cualquier desconocido; la megalómana, en la que el autor habla de sí mismo y como mucho del contenido del libro (Para Pepito esta historia de fantasmas o para Pepito, la historia del campeón de tenis que pude haber sido), más que aceptable cuando no hay relación; y las cómplices, que incluyen aquel a quien van dedicadas (a Pepito en homenaje a su sonrisa, a Pepito agradeciéndole su atenta lectura, a Pepito cuyos ojos fijos en mis renglones imagino cuando escribo...). Solo en las últimas hay verdadera dedicación y si se cambiara el nombre dejarían de ser convincentes... Hay excepciones. Mario Vargas Llosa a sus colegas les escribe: «A Pepito, de su lector y amigo» y triunfa. Habla de él y vale para cualquiera, pero ¿a quién no le gusta creer que lo lee un Premio Nobel?