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Defender a España

La Razón
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Defienden España porque quieren y porque pueden. Querer defender los intereses españoles siguiendo disciplinadamente –es decir, sin discutir una vez formalizada la decisión– las órdenes de un Gobierno democrático es una forma suprema de entregarse al servicio de la colectividad, del pueblo español que lo ha elegido libremente.

Poder defender es saber manejar responsablemente las armas que la colectividad ha puesto en sus exclusivas manos. Armas que cuanto más sofisticadas y potentes sean, más contribuirán a lograr la disuasión, es decir, a no tener que emplearlas. Porque, no nos engañemos, el oficio de soldado es rudo, desagradable, muy duro a veces, pues incluye el estar preparado –siempre siguiendo un ideal– para matar y morir, para doblegar la voluntad de un enemigo. No es esa manida copla de misiones humanitarias internacionales con la que tantos y tanto disimulan cínicamente.

Naturalmente estoy hablando de nuestras Fuerzas Armadas. Las alternativas que tiene una nación para defender sus intereses pacíficamente mientras pueda, pero recurriendo a la fuerza cuando no quede más remedio, son pocas. Más bien una sola: desaparecer como tal.

Desde Irak y Afganistán hasta el Sahel; en la lucha contra la piratería en el Indico y probablemente pronto en el Golfo de Guinea; protegiendo los cielos de pequeñas Naciones aliadas que se sienten gravemente amenazadas, nuestras Fuerzas Armadas contribuyen –y sólo son estos unos pocos ejemplos–a que el mundo en que vivimos no sea desestabilizado por tanto fanático sin escrúpulos como anda suelto por ahí.

El instinto de supervivencia en el individuo es el más fuerte. En una Nación que ha pasado por tan sublimes y dolorosos momentos como la nuestra, es un honor y una responsabilidad el defenderla; pero no sólo para que sobreviva, sino para que prospere.

En el día de las Fuerzas Armadas está bien que los españoles agradezcan a sus soldados el sacrificio de estar continuamente preparándose para defenderla. Pero yo pediría incluso más: que se los conozca y comprenda.

Por ejemplo, si han hecho de la disciplina –el obedecer– una religión, ¿por qué creen ustedes que puede ser esto?