Ely del Valle

Del rosa a la rosa

La Razón
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Irene ha cambiado el rosa por la rosa y le ha caído la del pulpo, no tanto por la talla de su nueva chaqueta como por el hecho de que fue ella misma quien defendió que dicha prenda debería haber pasado a la planta de rebajas sección desechos de tienta. No es la primera ni la única. Nuestra historia más reciente está llena de culos inquietos dispuestos a cogerse del primer salvavidas que se le ofrece cuando el barco propio amenaza con convertirse en pecio; pero en este caso, Irene ha cometido dos fallos imperdonables en política: no haber dejado su escaño cuando Herzog le ganó por la mano, como sí hizo su compañero Toni Cantó, y hacerlo minutos antes de fichar por uno de los dos grandes partidos a los que ella misma acusaba de estar dinamitando el sistema. Sumando ambos elementos, lo que ha conseguido es una doble resta en materia de credibilidad, la de la suya propia y la del partido que la acoge. De ahí que el malestar se deje sentir no sólo entre sus ex, sino también en las filas del PSOE donde más de uno cuestiona esta nueva estrategia electoral cuyo lema bien pudiera ser «de fuera vendrán que de casa te echarán». Irene se ha convertido en una profesional de la política, si como profesional entendemos el cambio de empresa atendiendo a las expectativas de mejora personal, pero eso, en política, no es precisamente una virtud; de ahí que hoy, más de uno de sus antiguos compañeros de filas haya querido despedirse de Irene parafraseándola en su famosa carta a Sosa Wagner: «Al final, suele suceder que, mientras uno debate cómo mejor actuar para lograr esa sociedad, va mostrando su propia naturaleza, a veces con un simple acto o una sola frase. Me alegro de conocerte un poco mejor. Perdona que no me levante».