Reforma constitucional

Democracia «orgánica»

La Razón
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«Nosotros somos una democracia orgánica, por eso aquí se hace lo que me sale de los órganos». La frase solía citarse con no poca sorna –y no es leyenda urbana– en la redacción del diario «Granma» ya saben, el instrumento oficial de propaganda del partido comunista cubano atribuyéndosela en reuniones de «petit comité» a un más que destacado miembro del gobierno de los Castro y del partido único. La frase queda muy propia en boca de cualquier mandatario de una dictadura con independencia de su signo, pero salvando todas las distancias habidas y por haber viene a cobrar cierta vigencia cuando contemplamos en democracias consolidadas como la nuestra el debate sobre el funcionamiento de los partidos, sus reglas internas de juego y el papel real de sus líderes, máxime en un momento en el que quienes llegaron al ruedo político bajo el ropaje de una bocanada de aire fresco frente a las formaciones tradicionales, lo que están mostrando son los mismos defectos corregidos y aumentados.

Conseguir representación en corporaciones locales, parlamentos autonómicos, Congreso de los Diputados y Senado o ser piezas decisivas en la conformación de algunas mayorías de gobierno acaba por plantar los pies en la realidad. Una cosa son las asambleas de facultad, el «15-M» y los «pelotazos» mediáticos del marketing y redes sociales y otra muy distinta es llevar el timón de una formación política sin que la nave haga aguas convertida en una jaula de grillos. Seamos claros, la democracia interna «un militante un voto» a la hora de afrontar según qué decisiones no existe en los partidos, aunque ello no tenga porque significar que el modelo aún siendo mejorable no sea el más ideal para la democracia en un país de garantías constitucionales.

Entre quienes llegaron dando lecciones la realidad se muestra tozuda. Los errejonistas de Podemos se lamentan del peligro de involución democrática que acarrea la obstinación de la mayoría pablista por promover el voto mayoritario contra la integración en su próximo «Vistalegre 2», por no hablar de la amenaza ya no tan velada de Iglesias de dar la espantada si no se imponen «sí o sí» sus tesis políticas. En el Ciudadanos de Rivera la exigencia de primarias a los demás se ha tornado en primarias no tan puras en casa propia y en una nueva línea no precisamente amable con la proliferación de corrientes internas.

En el otro lado, entre los grupos políticos tradicionales no sólo la vieja guardia socialista, también su actual gestora, se hacen cruces ante los efectos de un sistema de primarias que buscaba democratizar la elección de la dirección, pero terminó por amputar a la misma cualquier capacidad decisoria de calado en beneficio de la militancia. En el PP a las puertas de su congreso nacional se ha tomado buena nota de los males ajenos. Los afiliados podrán decidir sobre la elección de presidente del partido, pero siempre por la vía del sistema de representación. Bromas las justas. En unos y en otros, nuevos y veteranos manda la misma máxima, la «orgánica» del líder del partido.