PSOE

Derrocados y derrotado

La Razón
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El domingo fue uno de esos días que formará parte de los momentos importantes del Partido Socialista. Fue mucho más que un encuentro de algo más de 9.000 afiliados y la mayoría de dirigentes y ex dirigentes para dar su apoyo a la presidenta de la Junta de Andalucía. Resultó un cúmulo de emociones, esperanza, de reencuentro y recuperación de una identidad un tanto difuminada.

Las palabras fueron el vínculo que produjo la conexión entre personas diferentes y generaciones distintas. Ciertamente, el verbo es mucho más que una forma de expresar sentimientos, opiniones o comunicarnos, es la misma esencia del ser humano y el instrumento de la civilidad, porque representa la capacidad de abstracción humana y de articular pensamientos complejos.

En ocasiones, las palabras no tienen intención de expresar grandes ideas, sencillamente son gruesas, afiladas, cortantes e incluso, se pueden proyectar acicaladas con cantarella, cuando no tienen más intención que la de dañar. Pero en unos casos y en otros, hay una realidad inexorable, desde el momento en que se pronuncian, nos someten al test de la coherencia y de la verdad. En este sentido, las palabras no son fungibles, no desaparecen instantáneamente cuando conocen la luz, por eso hay frases desafortunadas que no se pueden pasar por alto.

El PSOE es el primer partido que puso en marcha el sistema de elecciones primarias y es en el que se viven con más pasión. Esto ha representado en algunos momentos un hándicap respecto de otros partidos que no las hacen o sencillamente simulan que las celebran, porque la intensidad en la competición puede ser percibida por la sociedad como una fractura interna.

Es aquí donde los candidatos deben ser capaces de confrontar su proyecto político, sin herir a los que son compañeros de filas y es el momento en el que las palabras, como vehículos de las ideas, adquieren especial importancia.

El temple y la prudencia son compañeros de viaje que hay que esforzarse en mantener en mayor medida cuando las dificultades son mayores. El sr. Pedro Sánchez entendió el domingo que el espejismo de una victoria en las primarias de mayo se desvanecía y su reacción al día siguiente no fue suficientemente meditada.

En efecto, escribió en un tuit en el que se autoproclamaba como secretario general «derrocado». Sin duda, el fervor o el cansancio le llevó al sr. Sánchez a confundir los términos. Derrocar es derribar, echar por tierra, hacer caer a alguien mediante la lucha y de manera no democrática.

Quizá el término es apropiado usarlo en otras circunstancias y contextos. Se aproxima más a lo que hizo la dirección encabezada por el sr. Sánchez en Orense, cuando se apartó de la candidatura a la sra. Laura Seara a pesar de contar con el apoyo mayoritario de los votos de los militantes, o lo que ocurrió con el Sr. Julio Villarrubia, vetado a pesar de contar con el apoyo del 95% de su provincia. Podríamos citar también la fulminación de la dirección de Logroño, del candidato a las elecciones municipales en Murcia, del cabeza de lista por Guadalajara y, si la memoria no me falla, algo que ocurrió en la Federación madrileña. En efecto, un derrocamiento requiere una conducta no democrática, porque otra cosa bien distinta es perder la confianza de la mayoría de la Dirección que dimite y, obviando esta circunstancia, someterse a una votación en el Comité Federal y perderla.

El sr. Sánchez dimitió cuando perdió una votación en el máximo órgano del PSOE, por tanto, no fue derrocado, fue derrotado. Me viene a la cabeza en este momento el verso de Blas de Otero: «Si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra...».