Paloma Pedrero

Desalmados

Leo la información sobre la ausencia de protección de datos, y de otras cosas, en las clínicas donde se practican abortos de diferentes ciudades y me estremezco. Un recuerdo espantoso y nítido me invade. Fue en el año 1975. Aunque yo era apenas una adolescente, trabajaba ya como auxiliar de enfermería en la Maternidad de O’Donell de Madrid. Un día a la semana me tocaba atender las urgencias. Serían las dos de la tarde cuando apareció una chica con una gran hemorragia. Llamé al tocólogo de turno y coloqué a la mujer en la camilla para que pudiera explorarla. El médico introdujo sus dedos y al sacarlos llevaba el feto en su mano. Ya se veía perfectamente el niñito que sería. Entonces, enfadado, increpó a la enferma: «Pero si ya está aquí, mujer. Hay que venir antes». Acto seguido arrojó el feto a la papelera donde se echaban los guantes y demás desechos. La chica, aturdida, me miró sin poder creer lo que estaba viviendo. Yo corrí a tomarla de la mano, a consolarla, a intentar que no se diera cuanta de lo que había pasado. Un camillero se llevó a la madre que no pudo ser a una habitación. Ese día me faltó el aire durante muchas horas. Cuando ocurrió esto no existía ninguna ley del aborto y la falta de sensibilidad y conciencia con la maternidad era abrumadora. Según este informe que se publica hoy, muchas clínicas no sólo no protegen los datos de las mujeres, también tiran los materiales utilizados y hasta los restos humanos en bolsas de basuras comunes, cuando la Ley dice que esos embriones han de ser enterrados o incinerados. ¿Es negligencia? ¿Es ocultamiento? ¿Es codicia económica? Desde luego, de lo que no hay duda es que es intolerable. Y de desalmados.