Alfonso Ussía

Desestructurar

La Razón
La RazónLa Razón

Creo que es voz inventada. La oí y leí por primera vez cuando Ferrán Adriá desestructuró una tortilla de patatas. Hay que tener muchas ganas de desestructurar una estructura tan escultural y deliciosa. En una entrevista a un presumible director de cine, el realizador se vanagloriaba de haber «desestructurado» una novela para escribir el guión. Lo cierto es que la Real Academia Española haría bien en aceptar el verbo «desestructurar» o «destructurar» para facilitar la existencia de los cursis. Ya lo hizo con «influenciar» cuando tenemos un verbo tan hermoso como influir. Desestructurar o destructurar es lo mismo que destruir, y la destrucción en España lleva, como poco, más de quince siglos vigente y gozando de la mejor salud. Bismark, que conocía el significado de «destrucción» con la misma intensidad que a los españoles, consideró que España era una nación indestructible, o como escribirían los lerdos de hogaño, «indesestructurable».

«Los españoles llevan más de quinientos años haciendo lo posible para destruir a España, y no lo han conseguido». Ahora tenemos una izquierda que sueña con «desestructurarla» definitivamente, y es posible que lo consiga, siempre que los que amamos a nuestra Patria estructurada no sepamos defenderla, o no nos atrevamos a ello. Porque se empieza por «desestructurar» una tortilla de patatas y se termina «desestructurando» la catedral de Santiago en beneficio de un museo de la interacción sostenible, que no es nada, pero suena bien.

Entiendo que muchos cirujanos plásticos van a sentirse molestos con mi humilde opinión, expuesta a renglón seguido. Conozco y quiero a muchas mujeres guapísimas que han sido «desestructuradas» con crueldad por el bisturí. Destruidas, como escribiría don Benito Pérez-Galdós. Los labios hinchados, la expresión perdida y la ancianidad adelantada cuando el propósito era precisamente el contrario. Pechos contra natura, artificialmente erguidos y traseros de albaricoque con la piel surcada de estrías. Pero no acostumbro a ver pechos y culos operados. Me sobra con la tristeza de los labios rellenos, de las miradas perdidas, de los pómulos adulterados y de la imposible victoria sobre el otoño. Del mismo modo que recelo de los hombres que intentan superar su alopecia con trasplantes y peluquines, y los que se tiñen el pelo de rubio-naranja o de negro chipirón para esconder las dignísimas canas que la edad procura. Entiendo que la cirugía jamás podrá sobrevolar a la naturaleza, y que los médicos hacen lo que pueden. Pero hay uno, cuya identidad ignoro, que merece una inmediata orden judicial de «Busca y captura».

En diez días, el norte de España ha pasado del verano tórrido al otoño casi invernal. El mar muere en blanco y negro en la playa de Comillas, en uno de cuyos bares me reúno con mis viejos amigos de «La Rabia». Hablábamos de fútbol, que es asunto muy socorrido en la Villa de los Arzobispos, madridista en su mayoría pero también culé por la especial relación de la alta burguesía barcelonesa con los comillanos. Los Güell, los marqueses, Gaudí, Llimona y la Trasatlántica. Un aparato de televisión en lo alto. Y el susto. Más que el susto, el terror. En un principio creí ver un muñeco de cera flexible o de goma «desestructurada». Pero no. Era él. Anunciaba la edición de su último disco. Lo conocí muchos años atrás, cuando llevaba su imagen Rafael Anson. El cantante «desestructurado», el ruiseñor destruido, no es otro que Camilo Sesto, que ha sido operado por un destructor. No es posible intentar parecer a los 70 años un jovenzuelo de 25, pero es más imposible aún intentarlo peor. La tortilla «desestructurada» de Ferrán Adriá, es una oronda y tradicional tortilla de patatas si la comparamos con la destrucción de un ser humano en beneficio de un muñeco de goma. Por un momento creí que estaban entrevistando a un elemento del Museo de Cera que precisaba de un retoque o reparación como consecuencia de una gotera, pero no. Movía la boca a duras penas, pero la movía. Y he sentido una lástima airada. No se puede hacer más daño a una persona, por mucho que esa persona haya sido la responsable principal de su propio daño. Me figuro que la responsabilidad del cirujano es la misma que la de un médico que opera a un paciente de apendicitis y le quita la mitad del hígado. O del dentista que al esforzarse para extraer una muela pierde la compostura y termina por llevarse en las tenacillas la oreja derecha de su cliente. Tiene que existir un código de límites profesionales que impida semejante barbaridad. Soy cristiano y juro por Dios que desconozco la identidad del cirujano que ha «desestructurado» a este cantante que no desea envejecer. No puede seguir haciendo de las suyas.

Busca y captura.