Alfonso Ussía

Desodorante

Cayo Lara haría bien en imitar a Gromyko, el que fuera eterno ministro de Exteriores de la Unión Soviética. Era pulcro y elegante. Combatió en la Segunda Guerra con el Ejército Rojo. Se hizo comunista porque no le dieron la oportunidad de hacerse de otro partido, pero se notaba su lejanía. Gromyko vestía de gris marengo, corbata negra y llevaba en la mano izquierda un sombrero que jamás se puso. Y unas camisas blancas, impolutas, que se compraba en Londres o en Nueva York. Era limpio.

Con Cayo Lara, que es un comunista a la española, sucede lo contrario. Cada vez que lo veo en la pantalla, experimento el impulso de fumigar el aparato de televisión con desodorante. El de Argamasilla parece espeso. Y más en su fondo que en su forma, que es bastante penosa de por sí. Hay algo cómico en los comunistas españoles que se visten de comunistas españoles. Añoran la uniformidad. El comunismo soviético tenía una honda idea de la estética. En los Almacenes Gum, sitos en la Plaza Roja de Moscú, nunca había nada para comprar, pero lo que no había tenía clase. Estanterías elegantemente vacías. Y Moscú era una acuarela triste de negruras abrigadas y marciales militares. Carrillo, que era de aquellos tiempos, cuidaba de su estética, y no hablemos de Dolores Ibarruri, «La Pasionaria», un junco zaíno que nació de luto. Hasta que llegó Llamazares. Y con Lara, el desastre.

No me interesa lo que Lara dice, sino cómo lo dice. Rencor en todo lo alto. Se me escapan los motivos. Argamasilla de Alba se ubica en una zona privilegiada de viñedos infinitos y vuelos de perdices. Tengo entendido que es un buen cazador. Y ha llegado hasta la cumbre del Partido Comunista sin haber hecho la o con un canuto. Es emotivo. En su intervención en el Debate de la Nación estuve esperando la expresión sentida de sus sentimientos por los diez estudiantes asesinados en Venezuela a manos de los partidarios de su amigo, el camarada Maduro. Cayo Lara haría bien en emular a Maduro y Fidel en el uso del chándal. No entiendo el retraso del comunismo español respecto al chándal.

A primera vista, se antoja más higiénico. Pero el compañero Cayo no estaba para hablar de Venezuela ni de Cuba ni de Corea del Norte. Por no hablar, no lo hizo ni de Andalucía, donde gobierna su partido tan divinamente. En la apariencia, un comunista siempre recuerda a los estudiantes asesinados por un régimen dictatorial, aun cuando el régimen dictatorial que asesina a los estudiantes y manifestantes sea el comunista. Se trata de una inteligente estrategia. Cayo Lara no supo aprovechar la situación, y cuando se acordó de los crímenes de la gente de Maduro, se le había pasado el tiempo. Una lástima lastimera de verdad verdadera.

Cayo Lara puede ser una buena persona, pero sus palabras no concuerdan con la armonía de los justos. Mira y amenaza; habla, y amenaza con más ahínco. No me gustaría encontrármelo de frente y con el poder de su parte. Le sobra eso que Adam Smith definía como «innecesaria acritud». Estoy seguro de que con un vinillo fresco y un pastel de liebre o un pisto manchego compartidos, Cayo Lara es hombre de charla fluida. Sucede que no me gusta el vino, ni el pastel de liebre, y el pisto manchego, que me encanta, me sienta como un tiro, y no voy con segundas.

Este hombre es el responsable máximo de una coalición que gobierna en Andalucía, el luminoso sur de España sacudido por la corrupción. No puede enfadarse tanto con los corruptos, porque forma parte del sistema. Y tiene la obligación de aligerar su resentimiento, que con el odio de clase, demostrado está, no se alcanza ningún objetivo digno y respetable.