César Vidal

Diálogo

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Tras muchas vueltas y revueltas, el Gobierno de Mariano Rajoy ha llegado a la conclusión de que debe acudir al Tribunal Constitucional para invalidar la declaración independentista aprobada por el Parlamento de Cataluña. El hecho no tendría mayor relevancia –la licitud del recurso era obvia desde el inicio– de no ser porque el nacionalismo catalán ha vuelto a manipular el lenguaje en clave victimista. Según su máximo representante, Artur Mas, el enfrentarse legalmente con una acción tan desvergonzadamente ilegal como es el secesionismo significa interrumpir el «diálogo». Queda así al descubierto por enésima vez lo que significa «diálogo» en lenguaje nacionalista, que no es otra cosa que un sinónimo de «capitulación». Si un gobierno central quiere dialogar sobre la posibilidad de recuperar competencias porque es bochornoso que no se pueda estudiar en español en Cataluña, o la de suprimir unas fantasmagóricas y carísimas embajadas en el extranjero, o la de echar el cierre a unas televisiones autonómicas escandalosamente deficitarias, o la de controlar una deuda que sólo en el caso de Cataluña supera el treinta por ciento de la totalidad de las CCAA, el nacionalismo catalán dirá que «eso» no es diálogo sino opresión y centralismo. Sin embargo, cuando ese mismo nacionalismo persiste en aniquilar la unidad de mercado, se pasa las sentencias del Tribunal Supremo por el forro de la barretina, nos sigue vaciando los bolsillos para construir su Estado propio, afirma chulescamente que no piensa controlar el déficit, se niega a izar la bandera nacional, organiza pitadas contra el Jefe del Estado y el himno español, se empeña en quedarse con unos impuestos que no le corresponden, pone en fuga a los inversores nacionales y extranjeros o destruye Cataluña sumiéndola en un marasmo de corrupción, paletería y deterioro económico... ah, entonces cualquier respuesta por mínima que sea es un ataque contra el diálogo. En otras palabras, si nos rendimos colocando sobre el tajo de la depredación nacionalista nuestro cuello para que se nos decapite con facilidad somos dialogantes; si nos resistimos, no sabemos lo que es dialogar. Décadas llevamos soportándolo de manera que causa la sorpresa, primero, y la rechifla después, de los que se enteran de lo que sucede en España porque no aciertan a comprender cómo una recua de catetos codiciosos nos ha conducido hasta esta situación. Sería por ello de desear que el gobierno, además del recurso al Tribunal Constitucional, haga lo posible para que los nacionalistas catalanes establezcan también el diálogo con los jueces de instrucción, el Código Penal y la cárcel.