Julián Cabrera
¡Diantres¡ ¿Yo qué he votado?
Es la pregunta que muy probablemente se estén haciendo muchos de los electores que acudieron a las urnas hace ya dos meses y una semana, periodo en el que la montaña ha parido un ratón, ya saben, ese acuerdo entre socialistas –90 escaños, segunda fuerza política– y Ciudadanos –40 escaños, cuarta fuerza– firmado con un boato como si fueran los Pactos de la Moncloa o la paz definitiva en Oriente Medio, con todo el bombo y el platillo sobre el escenario pero con la realidad inmisericorde de la aritmética, 130 escaños, ergo manifiestamente insuficiente. No suma, no va a ninguna parte. Eso es todo. Que el que más y el que menos –excluidos los que podríamos calificar como «patas negras» afines a unas siglas– se esté interrogando sobre el sentido de su voto el 20-D tras semanas de vetos y líneas rojas nos lleva al escenario especulativo de lo que puede ocurrir si finamente nos vemos abocados a la repeticion electoral. En ese escenario y en unos tiempos que no son precisamente los mejores para la demoscopia en España, cabría preguntarse ¿dónde está escrito, como vienen aseverando sesudos analistas y dirigentes políticos a conveniencia, que el resultado prácticamente no variaría y por lo tanto el «sudoku» continuaría tras el 26-J?
Algunos síntomas ligados a ese «pero yo entonces qué he votado» podrían añadir algún nuevo elemento de análisis al interrogante anterior. De entrada, la vuelta a las urnas tras seis meses habiendo confundido el juego político con el trilerismo acarrearía muy probablemente y con la consiguiente repercusión en la aplicación de la Ley D’Hondt uno de los niveles de abstención más elevados que pudieran recordarse en unos comicios generales. Pero de manera muy especial sería todo un juicio sumarísimo a los lideres de grandes partidos, en el supuesto de que volvieran a repetir las mismas caras como cabezas de cartel. Sería –por buscar algún elemento positivo– la primera ocasión en la que los enunciados y promesas de campaña estarían demasiado condicionados por la cercanía de lo prometido y no cumplido en la anterior. Algunas cosas no van a «colar». Desde el PSOE no podrá achacarse a Ciudadanos ser la derecha; el documento firmado para sumar 130 esta demasiado reciente. También Ciudadanos será de algún modo rehén de ese documento, de igual manera que desde el PP habría que descartar el mensaje de un acuerdo entre socialistas y Podemos de certificarse el actual desencuentro Sánchez-Iglesias. En otros enunciados como los relativos al modelo territorial, reforma laboral o política fiscal tampoco servirían determinadas «milongas».
Lo que está ocurriendo en clave de altas, bajas y ligeros trasvases de militancia, beneficiando –fíjense que cosas– al PP, no es pura anécdota y no ofrece precisamente síntomas tranquilizadores para los protagonistas del pacto que será tumbado esta semana, en especial para Ciudadanos, aunque en el PSOE tampoco se deben confundir 74.000 militantes «muy cafeteros» con los votantes que le dieron su confianza el pasado diciembre. Los acuerdos cosméticos de «todo a 130» pueden resultar gravosos.
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