Política

Manuel Coma

Don Felipe y el mundo

Don Felipe y el mundo
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Por escasas que sean las atribuciones que la Constitución le confiere al jefe del Estado, éste desempeña en la política nacional un cierto papel como poder moderador, que puede llegar a ser crítico en momentos delicados, mientras que de cara al resto del mundo es, necesariamente, la máxima representación del Estado, lo que lo relaciona inexorablemente con la política exterior, cuyo diseño sólo corresponde al Gobierno, pero que él tiene que desempeñar en numerosas ocasiones, mucho más allá que recibir las cartas credenciales de los embajadores o presidir los ágapes en honor de los más altos dignatarios foráneos.

Con sus estancias en el extranjero, sus numerosos contactos familiares y políticos, su excelente inglés y francés y la experiencia legada por su padre, no cabe duda que Don Felipe tiene la preparación adecuada para servir a España con eficacia en la misión que le espera, tarea a la que tendrá que consagrar esfuerzos importantes desde el comienzo del reinado.

Más que en política interior, que ha ido siguiendo muy de cerca durante toda su vida, en temas internacionales, tan poco valorados por nuestra política, tiene que crearse un capital propio, empezando por consolidar las relaciones que hereda de su padre. La familiaridad con las casas reales árabes es un importante activo que tendrá que actualizar, lo que no se improvisa fácilmente, sobre todo con los monarcas de avanzada edad con los que habrá de superar un desfase generacional. Una cualidad que la ha facilitado a Don Juan Carlos su labor es su carácter campechano, que propicia el acercamiento inmediato, por encima de barreras culturales. El nuevo Rey es, según dicen quienes lo conocen, más serio y formal, sin dejar de ser llano y afable. En su haber tiene, nos aseguran, un insaciable apetito de conocimiento. Pregunta incansablemente y es una esponja absorbiendo lo que le cuentan. Ese deseo de conocer a fondo los dossiers y los análisis puede ser una muy valiosa aportación en un país en que lo exterior importa tan poco, siendo en ello los políticos un fiel reflejo de la opinión pública más amplia, desmintiendo, en este aspecto por desgracia, el quejumbroso mantra de que forman una casta aparte, aislada de los sentimientos y preocupaciones comunes. La política europea es para cualquier miembro de la Unión bastante más que una mera cuestión exterior, pero eso no debería distraernos del resto del mundo, francamente pequeño desde el punto de vista de todas las formas de comunicación, físicas y virtuales, y tan interdependiente que conmociona las líneas fronterizas. Los imperativos de la crisis nos han hecho centrarnos todavía más en nuestro entorno europeo, e incluso a mayores expensas del ya no tan ancho mundo. Un área en la que como Príncipe de Asturias Don Felipe ha acumulado ya un capital propio es Latinoamérica, lo que nos viene muy bien.

Lo mismo en política exterior que interior, el Rey tiene que buscar el sumamente difícil equilibrio de, siguiendo la política que fija el Gobierno, estar por encima de partidismos y enfrentamientos ideológicos, teniendo como guía los principios constitucionales, que son los de la democracia. Para ello es importante que desarrolle una visión estratégica del mundo, que, en cierto sentido lo sitúe, respetuosamente, por encima del gobierno de turno. No sólo importa el abastecimiento energético y el tipo de interés al que colocamos nuestra deuda. Las conmociones árabo-islámicas también, las arrolladoras aspiraciones de China en sus mares adyacentes y los respectivos subsuelos, los manejos de Putin en Ucrania y en toda la actual periferia rusa, si lo dejan. El retraimiento de los Estados Unidos por obra del obamismo. El orden internacional que se nos va y el desorden que pueda venírsenos. Y algunas otras cosillas. Si no somos capaces de percibirlo, peor para nosotros. Para un rey no sería un lujo permisible. Será poco lo que podamos hacer en todo ello, pero enterarnos y precavernos, podemos y debemos.