El desafío independentista
¿Dónde está Montoro?
Pide Rajoy a la «mayoría silenciada» de Cataluña que vaya a votar el 21-D. Y lo hace porque si Ciudadanos, PSC y PP suman más escaños que los independentistas descarados, se complica el discurso de los fanáticos y todo será más sencillo.
Pronostican los cenizos que se repetirán los resultados de 2015, cuando hubo una participación récord del 75%. Olvidan que entonces, la movilización sólo afectó a un bando y no había despertado la conciencia de los no nacionalistas.
Sostiene Rosiñol, el nuevo presidente de Sociedad Civil Catalana, estilete de la revuelta cívica contra el separatismo, que bastaría una participación del 81% para conseguir el vuelco. Lograr que dentro de 38 días acuda a las urnas ese medio millón de ciudadanos que no lo hizo hace dos años, no es misión imposible, pero exige varias cosas. La primera, que todos esos que han salido a la calle en manifestación y se han atrevido a colgar la rojigualda en la ventana, tengan claro que concluyó la era del apaciguamiento. Que el Estado español no va a seguir haciendo cesiones ni en el terreno lingüístico, ni en el educativo, ni en el económico. Y que el que la hace, la paga.
Como consecuencia de la italianización creciente de la política española, se ha instalado entre nuestros dirigentes la tesis de que lo mejor siempre es el pacto y a falta de uno adecuado, lo aconsejable es adoptar un perfil bajo. De ahí la cara de espanto que tenían los miembros del Gobierno cuando la juez Lamela mandó a chirona a Junqueras y sus compinches y el alivio con el que vieron a la golpista Forcadell salir de Alcalá Meco en su coche oficial, tras pasar sólo una noche entre rejas. Con la obsesión de no movilizar a los secesionistas, ni se han atrevido a tocar TV3 y propugnan que se suelte cuanto antes a los encarcelados. Es un error dramático, porque de lo que se trata ahora no es de calmar a los fanáticos de la estelada, sino de movilizar a quienes se sienten catalanes y españoles.
Y para hacerlo hay que presentar la cita electoral como una cuestión de supervivencia; como la oportunidad de poner fin al régimen separatista. Ayudaría mucho que Montoro se entere de una vez de dónde sacaron los de ANC los 150.000 euros de la fianza de Forcadell, con qué pasta se financiaron las webs del odio o compraron las urnas, de dónde sale la paga de Assange y cómo se alimenta la juerga de Puigdemont en Bruselas. Y quien haya cometido malversación, al trullo.
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