Ángela Vallvey
Drogas
He visto las duras imágenes de uno de los terroristas de los atentados de Cataluña abatido a tiros en Cambrils. Claramente, estaba drogado. Exaltado por la sangre y las sustancias, alucinado, impotente, enfebrecido. La grabación la hizo al parecer un turista británico que reía nerviosamente, no sabiendo quizás si contemplaba una película o era una tragedia real, brutal... Aunque es de noche, se aprecia perfectamente el estado del terrorista. No soporto las escenas de cruda realidad, grabaciones de espontáneos que están en el lugar preciso, a la hora exacta. Tengo activada una orden en el ordenador que me censura imágenes de esas que «pueden herir la sensibilidad del espectador». Mi configuración desdeña el horror, procura ponerme una venda compasiva en los ojos. Como el resto de Europa, yo también prefiero «no ver». Pero esta escena la vi mientras usaba un computador que no era mío. Me golpeó la locura del acto, su ferocidad poco narrativa, confusa, rápida. Resaltaba algo que ya sabemos desde hace mucho por la experiencia acumulada con terroristas islamistas que han atentado en otros países. Aunque no se suele remarcar, casi todos están drogados hasta las trancas. El tráfico de drogas (también) está subvencionando el terrorismo mundial (no sólo el islamista, ahí están las FARC, hoy sepulcros blanqueados con coto cerrado en un parlamento). Los consumidores de droga occidentales deberían tenerlo en cuenta. Terroristas embriagados de violencia y sustancias alucinógenas. La droga empaña la realidad hasta convertirla en un universo inconexo donde las cosas son otras. La sangre huele diferente. Las balas silban como los pájaros. Todo ocurre en un no-lugar. Tras la «unlocked door in the prison of identity», que diría Ambrose Bierce. Las drogas alteran la percepción y los sentimientos de quienes las consumen. Está claro que el drogadicto no se siente cómodo con el mundo tal como es. Estos terroristas eran muy jóvenes, y estaban drogados como suelen estarlo todos ellos. Su «guía espiritual», un imán psicópata, era un vulgar camello. Drogándose no buscan una «eximente» a sus crímenes, pues saben que seguramente morirán. Tal vez quieran traspasar ese umbral que los sitúe más allá de cualquier resto de conciencia. Adormecer sus residuos de razón, entrar con una trompa en su incierto «paraíso». Quizás detestan la realidad casi tanto como odian a los demás. Y a sí mismos.
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