José María Marco
Duelo en la izquierda
En las últimas semanas ha continuado la irresistible ascensión de Pablo Iglesias. Así lo indican las múltiples encuestas que intentan desentrañar el futuro de Podemos. Las que preconizan un éxito rotundo en Cataluña no extrañarán a nadie. Dinamitado el centro político de la sociedad catalana, Cataluña se encamina a la ingobernabilidad. Como es natural, Podemos se suma al panorama de fantasmas y delirantes que conforma allí la escena política. En el resto de España, la ascensión resulta un poco más enigmática. Y como era de esperar, en las últimas dos o tres semanas ha empezado a encontrar serias resistencias.
Una de ellas, quizás la más llamativa, se ha originado en el interior mismo del nuevo partido. Los dirigentes de Podemos han tenido pocas responsabilidades públicas, pero no dejan de tener pasado. Y lo que ha empezado a surgir a la luz pública no resulta demasiado edificante. La cuestión de la plaza de investigador que ha ocupado uno de ellos no es excepcional en la Universidad pública, y hay casos infinitamente más escandalosos de los que no se habla, porque afectan a personas más poderosas y mejor conectadas.
Aun así, revela que el grupo dirigente de Podemos constituye ya una «castita» dispuesta a aprovechar todas las ventajas que abre el roce con el poder político. Lo demuestra también el asunto de la productora de Pablo Iglesias y la posible financiación venezolana del grupo. El populismo siempre resulta lucrativo para quien lo practica. Si se nos va a encargar la misión de salvar el mundo, no se nos va a exigir lo mismo que a los demás: un «respetito». (En realidad, es una forma de disimular el duro trance de la profesionalización política. Lo «superaremos» pronto.)
La reconversión del grupo asambleario en un partido político ha traído más inconvenientes. La transición a una organización más o menos democráticamente centralizada ha sido realizada con habilidad, aunque lo más difícil –la preparación de las elecciones– está por llegar. Luego ha venido la materialización de lo que era una actitud utópica y sublime en un programa económico. El resultado es un catálogo de propuestas que nos expulsarán de la Unión Europea, ahuyentarán a los inversores, arruinarán la economía española y harán quebrar el sistema de pensiones y la sanidad pública. Tras leerlas, se deduce que deben votar a Podemos los neoliberales, sobre todo los más radicales. No hay mejor receta para acabar con el Estado de bienestar que aplicar el programa de Pablo Iglesias. En una legislatura, el problema está liquidado.
En realidad, no se les pedía que pasaran tan pronto de la denuncia o de la carta a un Papá Noel, con renos lectores de Marx y Maquiavelo, a la prosa programática, que admite mal los altos vuelos de la teoría política, aunque esta sea de andar por casa. Que los dirigentes de Podemos se hayan creído obligados a hacerlo indica uno de los problemas fundamentales a los que se enfrentan. Y es que en Podemos no desconocen el fondo de la cuestión. Así lo indica la ausencia de banderas republicanas en las reuniones del partido, y la atención y el cuidado prestados a la idea de nación: la patria, en el vocabulario revolucionario y sentimental de Pablo Iglesias.
Efectivamente, el principal problema del nuevo partido es que no sabe cómo salir del gueto izquierdista en el que se encuentra encajonado y al que le condena la muy larga historia mediática, ideológica y docente de sus dirigentes. Hasta ahora, todos ellos se han movido con soltura en un mundo de clichés ideológicos, con un vocabulario y unos gestos sencillos, transparentes. De ahí la competencia directa que Podemos hace a Izquierda Unida. De hecho, corre el riesgo de quedar convertido en una nueva IU, el partido minoritario y testimonial de extrema izquierda. Pablo Iglesias y sus correligionarios no quieren quedarse ahí. Ahora bien, para eso hay que estar dispuestos a entrar en una zona particularmente inclemente, la del populismo sin etiquetas ideológicas, el que reúne y deja atrás a la izquierda y a la derecha.
Este es el auténtico populismo: caudillista, nacionalista, hecho de demagogia, corrupción y gasto público sin freno.
En este aspecto, Pablo Iglesias y su grupo tienen mucho que aprender de sus predecesores en nuestro mismo país: los nacionalistas catalanes, algunos eminentes «populares» –el nombre de Partido Popular no es del todo casual–, muy variados caudillos autonómicos y, por encima de todos ellos, Felipe González, el gran populista de la política española del siglo XX. Aquí el problema deja de ser de simple ideología o de posicionamiento en el espectro político. Se convierte en algo que atañe a la identidad del partido y al carácter de sus dirigentes.
Los líderes de Podemos son profesores y funcionarios, personas de clase media, lo que antes se llamaba pequeños burgueses. Siempre han vivido al abrigo de un sistema protector ultraideologizado, que se ha encargado de dejarles claro lo que está bien (la redistribución, el socialismo, el añorado comunismo) y lo que está mal (el individualismo, la competencia, el liberalismo). Estos esquemas sirven para movilizar a un electorado que comparte con esos dirigentes sus mismas características: gente más o menos joven, de clase media, educada en esquemas anticapitalistas.
Está por ver si Podemos es capaz de ir más allá. Aunque la crisis les ha ayudado, la captación de capas más amplias de la población resulta dudosa.
Tal vez Podemos se represente sólo a sí mismo. Sus tics sentimentales, sus referencias «culturetas», su irreprimible amor a la cursilada política, tan populista por otro lado, remiten seguramente a un pequeño mundo de inadaptados con síndrome de Peter Pan. Es una franja importante, pero acotada y ajena, por lo menos hasta ahora, al conjunto de la sociedad española.
El principal obstáculo político viene del PSOE, que ve ocupado su terreno por quienes tenían que haber sido sus herederos –recuérdese el nombre de Pablo Iglesias– y se han convertido en sus competidores.
Los hijos, los «pijoprogres» de ahora –por seguir utilizando el vocabulario de la calle–, están dispuestos a sacar del poder e incluso a enterrar a sus padres, los –pijoprogres– de ayer... Desde esta perspectiva, resulta fascinante ver cómo el PSOE y la izquierda oficial, después de proteger al 15-M y mimar a la izquierda más radical en la Universidad pública, acaban de poner en marcha la maquinaria de triturar.
Hace unos años, esta ofensiva habría llevado en pocos días a la muerte civil, sin funeral, de los dirigentes de Podemos. Por fortuna, hoy en día la sociedad española es más plural y aunque las consignas las cumple a rajatabla un ejército bien disciplinado, su capacidad no llega a tanto.
Eso sí, como no parece que Podemos vaya a evadirse del territorio propio de la izquierda, asistiremos a un duelo que, por lo visto en estos días, se barrunta brutal.
Por eso, pese a todo, dan ganas de decir: ¡Ánimo, compañeros! You can...
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