José María Marco
Economía social
Según un estudioso francés, el populismo es «la explotación sistemática de las ilusiones». El apunte de definición amplía lo que solemos llamar «populismo». Incluye a Podemos, pero también al PSOE, que anda haciendo promesas delirantes, como las de la contrarreforma laboral o la renta básica, encaminadas a crear un (imaginario) «pueblo» dependiente del poder al que luego los socialistas, y sus aliados de extrema izquierda, «explotarán» a placer. El camino para la prosperidad y la creación de trabajo sigue un rumbo contrario, explicado por Mariano Rajoy ayer en LA RAZÓN al hablar de los espectaculares resultados de la política del Gobierno en materia de empleo. Consiste en fomentar las condiciones de estabilidad y crear la confianza que permita, no que los políticos exploten las ilusiones de la gente, sino que las personas puedan sacar adelante sus propios proyectos. Desde esta perspectiva, son muy interesantes los apuntes que desde el Ministerio de Empleo se han venido haciendo acerca de la llamada economía social. Se define así un conjunto de actividades económicas que, sin ser públicas, no buscan prioritariamente el beneficio. Entre ellas están las cooperativas, las fundaciones, las ONG y las sociedades laborales, un modelo empresarial muy propiamente español.
Según la CEPES (Confederación Empresarial Española de Economía Social), en 2013 la economía social representaba el 12% del PIB, con más de 44.500 empresas y unos 2.215.000 trabajadores. En este caso lo «social» no pretende, como es tan común, suscitar ilusiones que permitan anular la responsabilidad de la persona. Al contrario, las prioridades de la economía social son las de servicio a la sociedad o a la comunidad, autonomía en la gestión, participación y responsabilidad de quienes están comprometidos en la empresa.
La economía social plantea problemas, como la competencia no siempre leal que algunas empresas sociales hacen a las del sector privado tradicional. El Gobierno tendrá que resolver estos conflictos, pero es importante su compromiso en el apoyo a un sector algunas veces denominado «tercer Estado»: unas empresas que indican la voluntad de las personas para tomar el control de sus propias vidas y aplicar a su actividad económica sus propios principios morales. Durante la crisis, el sector perdió menos puestos de trabajo, relativamente, que el resto. Es una minoría, pero resulta crucial para que el conjunto de la sociedad ofrezca una respuesta eficaz y consistente a las invitaciones a soñar, tan líricas, tan sentimentales, tan aparentemente bien intencionadas, que vamos a recibir a partir de ahora por parte de los muchos que aspiran a explotar las ilusiones ajenas.
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