Educación

Educando al que enseña

La Razón
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Enseñar no es lo mismo que contar cosas. Para impartir conocimientos se requiere, ante todo, tenerlos: «La información es rumor hasta que está en el músculo, que es cuando se convierte en conocimiento». No obstante, no todo aquel que posee conocimientos sabe transmitirlos, quizá porque no le guste hacerlo, o porque no se entrenó en saber transmitir lo aprendido. Además del esfuerzo y del compromiso, está la vocación, de la que se habla menos, cuando, en verdad, es sumamente importante y marca la diferencia ya que permite inculcar la materia, en lugar de «contar cosas», al tener en cuenta la idiosincrasia y el alma particular de cada alumno. Si el que enseña posee vocación, el amor que siente por la enseñanza, impregnará el modo en que imparte la materia, percibiéndolo los alumnos tanto en el nivel intelectual como en el humano. Los maestros vocacionales son aquellos que dejan una impronta imborrable en sus alumnos. Éstos, no sólo aprenden de maravilla la materia, sino que además se llevan el regalo de haber despertado su inteligencia y su espíritu. Por el contrario, un mal profesor que enseña con desgana y/o es incompetente en su materia, puede dejar un rastro de «daños colaterales» de difícil borrado. Además, es incapaz de ver la genialidad, la potencialidad en sus alumnos, e incluso puede proyectarles sus miserias. En cambio, uno vocacional y competente, será capaz de despertar capacidades invisibles a los ojos de los incompetentes al «ver diamantes donde los demás sólo ven piedras». La vocación y las ganas de compartir conocimientos delimitan la frontera entre la excelencia y la mediocridad tanto la que posee el enseñante como la que éste provoca en el alumnado. Es fundamental dotar de herramientas a los profesores para que todos sean «los mejores», y que, como poco, alcancen el rango de competentes. El buen profesor aspira a ser el mejor. La excelencia llama a la excelencia. Por consiguiente, enséñame y no me cuentes rollos.