Julián Redondo

El arte de meter la pata

El Madrid juega mal al fútbol, muy mal. Hay genios en su plantilla que pasan inadvertidos por el afán de su entrenador en convertirlos en una suerte de Martín Fiz. No se discute su entrega, pero no rinden, perdidos como están en el huracanado galimatías.

El anterior Madrid de Mourinho, aquel campeón de Copa, este campeón de Liga, se ha desvanecido. Intenta repetir aquello, pero con menos argumentos y menos velocidad. Antes componía partidos buenos o excelentes. Atacaba en masa cuando era preciso y avasallaba al rival hasta reducirlo a cenizas. Del año pasado quedan las estampidas, los 100 puntos, los 121 goles, números que describen su grandeza y una rentabilidad que disparó la prima de riesgo azulgrana. El presente es el empate de Pamplona, muestra de la desintegración de un grupo de élite reclutado para hacer historia, no el ridículo. Este Madrid acusa más la ausencia de Cristiano Ronaldo que aquel otro de Pellegrini. El planteamiento del entrenador consiste en llegar arriba sin transición, sin imaginación, sin triangulaciones, al patadón. Las críticas al sistema, inaudito e insustancial para que lo practique este elenco que no tiene menos talento que el del Barça –hay pruebas–, arrollan a quien lo implanta, Mourinho, naturalmente. Él alinea, él desestabiliza a los porteros, desquicia al resto y dibuja los patrones. Él no era elegante cuando ganaba y no lo es ahora cuando pierde. Resultados que antes le avalaban hoy le condenan. Y confundir la realidad con una campaña es un arte, el de meter la pata.