Julián Redondo
El Atlético, entre amigos
En presencia de Alfonso Ussía y de un servidor, la Infanta Elena ratificó lo que era un secreto a voces, que su hermano Felipe VI era del Atlético. Si Ussía albergaba alguna esperanza de convertir al entonces Príncipe al madridismo, desistió. Hoy, no hay motivo alguno para suponer que el Rey haya cambiado de equipo. En la entrega de los Premios Nacionales del Deporte, tanto el Rey como la Reina dispensaron a Simeone, Cerezo, Godín, Gabi y Raúl García un trato tan distinguido como al resto de premiados e invitados, pero en las conversaciones con los rojiblancos se apreciaba un cariño singular. Doña Letizia conversó un buen rato con Simeone y Don Felipe hizo corrillo con la familia rojiblanca, como arropándola, ahora que unos malnacidos la han metido en un callejón del que sólo se puede salir con la mirada alta y adoptando decisiones drásticas. Seguro que los Reyes les preguntaron, ¿cómo estáis?, y ellos, que son deportistas, responderían: Majestades, preocupados; porque el fútbol no es lo que ocurrió el domingo fuera del estadio. Y hablarían también de la Liga, de la Copa, de la «Champions»; pero, ya saben, partido a partido.
Simeone recogió el Comunidad Iberoamericana; el niño canario Alejandro Rodríguez Macías, el Infanta Elena, por separar en el transcurso de un partido al entrenador del equipo contrario y al árbitro. Alejandro, 7 años, un figura y relisto como él solo, dice que es del Madrid, pero que si le llama Simeone se hace del Atlético. Otro disgusto para Ussía. A quien se echó en falta en la ceremonia fue a Mireia Belmonte, que ha descubierto una mina de oro en Doha. José, su padre, henchido de gozo, recogió de manos de Doña Sofía el de Mireia, la reina ausente, y recibió multitud de felicitaciones, algunas de admiración indisimulable, como las de Javier Gómez-Noya, el campeón del mundo de triatlón, también galardonado.
Durante más de una hora, los Reyes departieron con premiados e invitados. Hubo fotos, «selfies» y gestos... Doña Letizia cogió en brazos a la niña del atleta paralímpico David Casinos (Premio Olimpia) y Federico Martín Bahamontes, un chaval de 86 años, iba de un lado a otro de ese grandioso salón del palacio de El Pardo cargado con el peso de su trayectoria, el trofeo Francisco Fernández Ochoa. A José Luis Sáez, presidente de la Federación Española de Baloncesto, se le caía la baba con sus chicas, con Ángela Salvadores, la mejor jugadora sub’16 en el europeo de Bulgaria, y con representantes de todas sus exitosas selecciones, lideradas por Amaya Valdemoro, que no podía imaginar una jubilación más brillante, como Elisa Aguilar, compañera inseparable. Cerca de ellas, Ona Carbonell, la nueva estrella española de la «sincro», un valor seguro del deporte español, vigilado muy de cerca por José Ignacio Wert, Miguel Cardenal y Ana Muñoz, durante un par de horas inmersos en los verdaderos valores del deporte y alejados del ruido y la barbarie ultra, esa pesadilla que tiene que desaparecer.
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