Martín Prieto
El ave Sánchez
Pedro Sánchez ha batido en dos meses importantes marcas nacionales: cosechar el peor resultado electoral en la historia del PSOE y ver rechazada su investidura por primera vez en democracia. Fray Gerundio de Campazas no lo hubiera hecho mejor. Ni Donald Trump insulta en público a la gente tan suelto de cuerpo, pero su mejor mérito reside en su carácter inasequible al desaliento. Su doble derrota electoral la convirtió en escabel para autoproclamarse líder invicto del partido, y en su desinvestidura continúa achacando a Mariano Rajoy el bloqueo institucional y no a su falta de asistencias. Es un frenotipo de la política nacional. En 1987 Antonio Hernández Mancha presidía Alianza Popular en un interinato entre dos Fragas. En una convención partidaria se presentó de blanco nuclear, con canotier y bastón de bambú, y don Manuel quería agredirle. Necesitaba publicidad y asentar los pies y no siendo ni diputado presentó una moción de censura contra Felipe González que gozaba de mayoría absoluta. Hizo el ridículo pero copó los telediarios. Sánchez recuerda a Mancha aunque sin canotier. Como el jefe socialista es inteligente no es un disparate suponer que desde que bajó las escaleritas de La Zarzuela con el encargo sabía que no sería investido ni con la Guardia Civil, pero con gesto heroico compuso un libreto de inanes consultas a las bases y un pacto extravagante con Albert Rivera para ampliar su centro de gravedad entre los suyos y dar una imagen pública de resolutivo salvador de la Patria.
Desde aquel Nixon-Kennedy la política es televisión, y en España más. La mitológica ave Fénix renacía de sus cenizas, pero cada quinientos años; el ave Sánchez es ignífugo y retoma el vuelo cada amanecer. Joaquín Almunia dimitió tras unas elecciones adversas, a Zapatero su partido no le permitió ni presentarse a diputado, pero si hay nuevas elecciones el incombustible Sánchez será cabeza electoral socialista. En tal caso se le augura seguir perdiendo escaños, tal como pierde militancia, pero seguirá volando mientras exprime el limón socialista. Es como el capitán que ha encallado el buque: no es momento de destituirle. Se le agradecería algún gesto humano sin necesidad de golpes de pecho: alguna levísima alusión a que ha podido errar en sus cuentas parlamentarias o que su equipo no ha negociado lo suficiente con otras fuerzas: alguna migaja de humildad. Pero no; dice bien alto: «¿Qué hubiera pasado si yo hubiera hecho lo que Rajoy?». No habría pasado nada y estaríamos como estamos.
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