Ángela Vallvey
El azar
El azar es todo eso que nos ocurre mientras estábamos esperando otra cosa porque, de la copa a los labios, como recordaba Aristóteles, pueden suceder muchos acontecimientos que consigan que no se produzca el brindis. Lo imprevisible forma parte esencial de la maravilla de vivir. Nadie puede hacer cálculos exactos sobre qué ocurrirá mañana, ni siquiera hoy, sin riesgo de quedar en ridículo. Ni economistas ni videntes (que, para eso de la predicción, vienen a ser lo mismo de fiables o de dudosos). Según Suetonio, Julio César se refirió a la suerte cuando cruzó el Rubicón, que entonces señalaba el límite de la Galia cisalpina con Italia, territorio de jurisdicción romana. Dijo algo así como que ya podían caer los dados, que la suerte estaba echada: «Alea jacta est», pero un hombre como él también era consciente de que la suerte sólo beneficia a los prudentes, algo que los políticos de la actualidad no parecen, por lo común, saber. Napoleón, que sí entendía mucho de tácticas y de fortuna, aconsejaba que, en cualquiera de nuestras empresas, le concedamos dos terceras partes a la razón y una tercera a la casualidad; decía que si aumentamos la proporción de la razón corremos el riesgo de convertirnos en pusilánimes, mientras que si aumentamos la del puro azar podemos llegar a ser temerarios. Sin embargo, Einstein aseguraba que Dios nunca juega a los dados como Julio César. Quién sabe...
Hoy se celebra el sorteo de la lotería, muchos estarán pensando que ojalá les sonría la fortuna; si bien, los números están contados y no serán muchos, sino pocos, los premiados. Siempre son muy pocos los agraciados, y por eso precisamente se pueden denominar así. Pero la suerte quizás sea justa y favorezca al necesitado. Porque la fortuna sí es ciega. De momento.
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