Joaquín Marco

El buen lector

Alguien un día trazó unos signos que mostró a otros para que también los interpretaran. Se estableció desde entonces la comunicación escrita. Un individuo escribía y otro u otros leían. Sin este mecanismo no existiría la cultura según hoy la conocemos. Porque, aunque la primera comunicación fuera oral, fue la escritura la que nos facilitó el conocimiento. Resultó trascendental este paso que hoy se nos antoja elemental. El lenguaje escrito nos permite descubrir cómo los hombres se comunicaban hace siglos y el analfabetismo generalizado, aún hoy, caracteriza a los países menos desarrollados. No toda la escritura es literatura y en la historia humana el libro es un invento que podríamos calificar de moderno. No digamos la imprenta. Hay millones de buenos lectores que, pese a las nuevas tecnologías y a la invasión de la imagen, sienten todavía la llamada del libro como algo a la vez físico e intelectual. Es un placer descubrir o adentrarse en un buen libro. Pero para poder deleitarse en la literatura, en la lectura de un periódico o en la comprensión de un documento tenemos que haber pasado por determinadas etapas. En la escolar nos enseñaron la técnica de la lectura y la excelencia de poder adentrarnos en la escritura de otros y comprender sus significados. Sin embargo, el PIACC (Programa para la Evaluación de las Competencias de los Adultos), que depende la de la OCDE, sitúa a nuestro país en el penúltimo lugar en cuanto a compresión lectora y el último en matemáticas. Ésta es la herencia de una educación que nos ha colocado lejos de la riqueza cultural que nos merecemos por historia y voluntad.

No somos una excepción. En julio de 2011 la Comisión Europea advirtió de que de cada cinco europeos de quince años tan sólo uno comprendía lo que leía. Y se comprometió en reducir estas cifras en 2020. Porque no es suficiente con saber leer, es necesario poseer la capacidad de comprender lo que se lee. El joven de hoy, además, se encuentra en una vorágine de informaciones que le llegan desde los medios escritos y también desde imágenes que le ahorran el esfuerzo de la lectura. Se dijo que la radio acabaría con los periódicos y que el cine sería devorado por la televisión. Es cierto que hay donde escoger, pero los medios sobreviven. Desde las escuelas se fomenta la lectura, aunque en algunas no tanto como se debiera. Es conveniente que, desde niños, se lea también en voz alta y los maestros se impliquen en lo que se lee y verifiquen si los alumnos comprenden lo que han leído. Los padres están muy satisfechos de que en algunos centros se introduzca la informática desde muy niños. Pero ello no puede estar reñido con fomentar una imprescindible capacidad comprensiva de lo que se lee. No hacerlo así permite suponer que el niño tendrá dificultades para expresarse por escrito y también oralmente. Del mismo modo, unos principios poco sólidos en matemáticas le impedirán avanzar adecuadamente.

Leer un clásico nos ha de permitir no sólo entender cuanto nos dice, sino también lo que transmite de la sociedad de su tiempo. Estos días se han regalado muchos libros, creando una fugaz temporada alta para las librerías que se encuentran en dificultades. Algunos de ellos no serán leídos y pasarán directamente a las estanterías. No somos un país tan lector como debiéramos. En su momento no disfrutamos de una enseñanza adecuada o bien los motivos de interés por la lectura que nos han transmitido no han sido suficientes. Tal vez no entendamos muy bien lo que leemos. La corrección es sencilla: leer un poco más hasta convertir la lectura en placer y hasta necesidad. Sin embargo, hay que tomar en consideración los buenos lectores, que los hay. Las estadísticas de las bibliotecas sirven también para completar el cuadro. Los libros se prestan, se heredan, se transmiten. También hoy se destruyen, porque los pisos de pequeñas dimensiones no permiten almacenarlos. Hay quien los deposita en la entrada de una biblioteca, otros se intercambian incluso anónimamente. Buena parte de los lectores no disponen de tiempo y leen poco. El índice de lectura es también índice de civilización. La enseñanza en todos sus grados debe vincular el aprendizaje a los libros. Y las familias deberían tomar en consideración que la lectura es un «vicio recomendable». Los efectos de la crisis se han dejado sentir en el mundo del libro. Los mecanismos de su confección se han agilizado y abaratado. Pero, pese a ello, los editores se lamentan de la escasez de compradores y las librerías públicas no disponen de medios para actualizarse. Elegir buenos libros es todo un arte. Porque la escritura ha de seducir no sólo por lo que pretende decir, sino por lo que dice y cómo lo dice. Combinar autores de hoy con los de ayer o de anteayer es un buen ejercicio. Conviene, pues, cuidar estos miles de lectores que viven entre nosotros y poseen sus preferencias por la novela, la historia o la poesía. La escritura sigue siendo la más rica forma de comunicación, porque estimula nuestra imaginación y nos hace más libres. Los buenos lectores no son fáciles de engañar.