Pilar Ferrer
El cambio de chaqueta
Ciudadanos es la marca blanca del PP, la derecha disfrazada. Son palabras de Pedro Sánchez y altos dirigentes socialistas no hace muchos meses. Al tiempo, un Rivera ubicado en las antípodas de la izquierda declaraba su aversión a todo pacto con el PSOE, por su reforma federal que encubre una defensa clara de la unidad de España. La hemeroteca no miente y ambos estaban en posiciones encontradas antes del 20-D. Los socialistas tildaban a C’s de ser una careta del PP, mientras la formación naranja le tiraba los trastos al PSC en Cataluña por su tibio pronunciamiento de la soberanía nacional. ¿Cómo se explica este pacto entre Sánchez y Rivera? ¿Renuncian los dos a sus principios ideológicos? La respuesta es pura táctica política.
Lo que algunos llaman pacto de salón y bambalinas encierra los planes de dos líderes ávidos de lograr el poder a toda costa. Sánchez necesita una tabla de salvación moderada que le permita no ya ser presidente del Gobierno, sino simplemente candidato. Un salvavidas frente a los «barones» y la mayoría de militantes de su partido, horrorizados con el balance de los equipos municipales y autonómicos en los que gobiernan con Podemos. Madrid es el principal ejemplo de una desastrosa gestión, insultante y barriobajera. Sánchez no quiere ofrecer ese ejemplo para el Gobierno de España y renuncia a sus esencias, como en el caso de las diputaciones, cuya supresión ya intentó en su día Rubalcaba y el aparato del partido se la tumbó sin complacencias. Ahora, todo vale para alcanzar La Moncloa.
Rivera ha pasado de la nada al todo en la política nacional. Su obsesión por quedar bien en todos lados le ha llevado a pactar con el PSOE. Es posible que la mayoría de sus votantes, nutridos en los caldos del centro derecha, le pasen factura. Rivera es un chico bien, forjado en la derecha catalana y defensor a ultranza de la unidad de España, que tan buen rédito le dio en Cataluña. Ha bastado lanzarle al estrellato nacional para que caiga en brazos del PSOE, desdeñando a quienes le votaron hartos del PP. Una arriesgada jugada que él disfraza con la corrupción, pero olvida ante casos lacerantes que salpican al socialismo en Andalucía y otros lares. Una doble vara de medir.
El contenido del pacto es lo de menos. Sabido es que los funcionarios de las diputaciones seguirán en nómina, al margen del nombre del nuevo organismo. La reforma constitucional es una broma, de la que no puede escribirse una sola letra sin el apoyo del PP. ¿A qué viene pues este teatro? Pues a levantar un telón que permita a Sánchez y Rivera cimentar sus egos personales. El líder del PSOE sabe que ya no le segarán la hierba, al menos de momento, en unas primarias o futuras elecciones. Si no puede ser presidente, nadie le moverá la silla como aspirante. Y Albert Rivera se cuelga la vitola de chico progre, frente a unos populares que él tilda de corruptos y agotados. El socialista ofrece un mensaje de moderación frente a Podemos, y el líder naranja aparece como un «embajador buenista» que aspira a recoger la cosecha en blanco y negro. Las propuestas, inviables sin el respaldo del PP, poco importan.
En este circo mediático largo e impresentable, Pedro Sánchez y Albert Rivera escenifican un pacto en minúscula, puramente táctico y sin principios. Bajo la invocación del cambio, son los auténticos protagonistas de otro más explícito: un cambio de chaqueta en toda regla. Como dice el refrán popular, basado en la reforma protestante del siglo XVI, chaquetero es aquel que le da la vuelta a esta prenda según le conviene. No importan el bando, el color o la hechura. En esto, el líder socialista y el político naranja han sido maestros. El cambio es echar a quien ha ganado para ponerse ellos.
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