Pactos

El camelo progresista y la realidad revolucionaria

La Razón
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Desde la llegada a los gobiernos de las administraciones públicas locales son tales los despropósitos de los responsables de Podemos, y demás familia, que corremos el riesgo de minimizar las cosas que hacen, lo que dicen, y lo que defienden como señas de identidad del proyecto político que quieren imponernos a los españoles.

Los ejemplos son casi infinitos en menos de un año. La paralización y eliminación de todos los proyectos de futuro en grandes ciudades como Madrid y Barcelona. La utilización recurrente de fórmulas de gestión calificadas de corruptas en los demás pero legítimas y válidas en su caso (fraccionamiento de contratos, uso abusivo de los contratos menores para darlos a los amigos). La defensa violenta y chulesca de actuaciones delictivas condenadas por sentencia firme cuando son realizadas por los suyos (Alfon, Bódalo, Rita Maestre, titiriteros,etc). El ejercicio estalinista del poder para resolver las luchas internas por el mismo dentro del partido. La utilización demagógica de la consulta a las bases para ocultar su incapacidad para abordar determinadas cuestiones y/o para eludir sus responsabilidades. La financiación no aclarada del partido desde el régimen bolivariano de Venezuela, y desde el régimen de los ayatolás iraníes, que condenan al hambre y a la falta de derechos y libertades básicas a sus ciudadanos. La justificación política de los asesinatos de ETA y sus coincidencias con Bildu. El apoyo a las consultas para la independencia de algunas CC AA. La defensa de los sistemas políticos de Cuba y Venezuela. La no incorporación al pacto antiyihadista.Para estos «defensores del pueblo», la entrada de Fidel Castro y el Ché en La Habana representa el «summum» de la libertad, la igualdad, y la prosperidad del pueblo cubano, y un modelo a seguir, como también lo es el de Venezuela, donde el chavismo y la revolución bolivariana es un fiel reflejo de adónde conduce el modelo comunista cubano.

Mucha gente de buena voluntad puede pensar que esas pretensiones son fruto de un sueño pasado que ya no tiene encaje en el mundo globalizado del siglo XXI donde todo fluye más rápido, con más transparencia, más libertad, más competitividad, etc. Sin embargo esto no es así. Cuando se escucha a los dirigentes de estos partidos y se les ve en acción, se pone de manifiesto que no es un mero discurso de ensoñadores, sino una convicción que quieren llegar a implantar. Si escuchásemos de manera continuada las aseveraciones que han venido haciendo Iglesias, Errejón, Monedero y Colau en estos últimos tiempos, y las visualizáramos en las televisiones a menudo, nos daríamos cuenta de que el objetivo perseguido por estos señores no es otro que acabar con nuestro sistema político y económico actual para imponer esos otros que ellos tienen por referencia.

Basta mirar objetivamente la realidad de los países que viven bajo estos modelos para comprender las terribles consecuencias de su aplicación. Cuba lleva cincuenta y siete años sometida a un régimen comunista de partido único, donde no cabe la discrepancia bajo amenaza de condena, que se ha estancado en los años sesenta, con una población extraordinaria que no tiene estímulo alguno pues todo es del Estado, que dispone de la propiedad de prácticamente todos los bienes; de la fuerza de trabajo –los trabajadores–, para asignarlos donde él decide, con sueldos miserables e iguales para todos, con los que es difícil vivir; con cartilla de racionamiento para cubrir la alimentación básica; con un Comité de Defensa de la Revolución en cada manzana de la ciudad encargado de «velar» por ella y de que nadie se desmande. Un modelo sostenido por una férrea dictadura que ha implantado un régimen de temor y con una fuerte dependencia externa que ha ido variando en razón al abandono por parte de los países comunistas de los que ha ido viviendo. Un régimen comunista que Podemos, y otros partidos antisistema, nos presentan aquí como la panacea de la libertad, la igualdad y el progreso, y que hoy se ha visto abocado al restablecimiento de relaciones con su eterno rival, «el imperio del mal», los EE UU, que lideran el mundo libre y que progresa, para poder enfrentar poco a poco el futuro.

Algo parecido o incluso peor pasa en la Venezuela de Chávez y ahora de Maduro, donde la población no tiene productos básicos para comer, asearse, limpiar, etc. y donde el gobierno no acepta que los ciudadanos hayan apoyado abrumadoramente a la oposición, recurriendo a la justicia para anular parcialmente los resultados, constituyendo una Asamblea paralela al Parlamento surgido de las urnas bajo el latiguillo de «Popular», para impedir que éste pueda ejercer su función constitucional.

La defensa sin complejos de estos modelos fracasados y dañinos para el progreso y la libertad de los ciudadanos, y su reiterada negativa a condenar públicamente las prácticas anti democráticas y las amenazas del Gobierno venezolano, así como las actitudes contrarias al Estado de Derecho de ellos mismos y de sus simpatizantes, incluso en los casos en que han sido condenados por sentencias, evidencian que no se trata de meros latiguillos y demandas de una izquierda trasnochada. Se trata de una amenaza real que está presente ya en muchas instituciones de nuestro país, y frente a la cual tenemos que reaccionar todos los que defendemos la libertad, la igualdad, la seguridad y el progreso.

El aparente fracaso de la negociación a tres bandas de Podemos, Ciudadanos y PSOE para alcanzar un acuerdo de gobierno a la vista de las declaraciones de sus líderes no debe hacernos creer que unas nuevas elecciones son irremediables, por que la misma determinación y el mismo descaro que tienen para defender y justificar lo indefendible cuando a ellos les afecta, la tienen para hacer lo que sea con tal de sacar a la derecha de las instituciones y del gobierno, aunque para ello tengan que renunciar a aquello que les era esencial minutos antes, pues ya lo harán de nuevo cuando se hagan con el poder.

Los medios de comunicación, el Gobierno, los partidos que defienden el sistema constitucional y todos los que creen y quieren un estado de derecho con garantías para todos los ciudadanos, deben denunciar con contundencia esas actitudes y las consecuencias que se derivan del modelo y las políticas que proponen, y combatirlas de frente y con firmeza antes de que sea tarde.

Lamentablemente, las ambiciones personales, la mediocridad de los actores, la renuncia a los principios, y la falta de grandeza y visión de Estado parecen avocarnos a la peor de la peor de las soluciones. Esperemos que finalmente eso no sea así.

*Ex presidente de la Comunidad de Madrid