Alfonso Merlos
El cepo de la demagogia
Barbero ha sido inmovilizado. Como un conejo o un pájaro en un cepo. El de la demagogia. Lo que le hicieron en su día a Cristina Cifuentes sí era un escrache en toda regla. En aquella ocasión, sin coche oficial esperándola, sin escolta. A bocajarro. Un certamen del odio.
Pero, claro, con el caso de este concejal podemita de seguridad (¡collejas de la Historia!) hemos aprendido una nueva lección: los escraches pata negra, y enteramente democráticos, son los que se promueven contra los dirigentes de la casta; cuando se perpetran contra los dignos representantes de los gobiernos de la gente y del cambio, entonces se trata de agresiones pseudo-fascistas.
Es el lenguaje intolerablemente orwelliano, preñado de propaganda y mentiras, de los acólitos de Iglesias. Por cierto, el que en su día señalaba que esta moderna forma de protesta y de acoso callejero debía llevarse a la práctica para que los responsables de la crisis, de la pobreza, de las desigualdades, de la emergencia social, sintiesen en sus carnes una parte de sus consecuencias. Este caso revela, en su grotesco esplendor y su redonda burla, los tics chavistas y los brotes de pensamiento único de quienes gobiernan el ayuntamiento capitalino: ellos deciden lo que es libertad de expresión, lo que es una manifestación pacífica, lo que es delito. Lo legal y lo ilegal. Por encima de jueces y de códigos. Por supuesto, por encima de lo que dictamine en cada momento el tribunal de la opinión pública.
Los maestros de la intimidación y el amedrentamiento bien harían en reflexionar sobre los resultados de sus políticas: ¿por qué no provocan sino rechazo o burlas o malestar o trastornos varios a los ciudadanos madrileños? ¿Hasta cuándo?
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