Alfonso Ussía

El chancletas marsupial

Como sucedía antaño con las canciones de verano de Georgi Dann, en cada estío surge una nueva especie de homínido estival que merece un comentario científico. Este año abundan en el norte los chancletas marsupiales, escrito en modo abreviado, porque su denominación completa es «chancleta marsupial mochilero al pedal». Viste camiseta antisistema o simplemente alternativa, porta una marsupia, o bolsa delantera adaptada al cinturón, sufre en su dorso el peso de una mochila con diferentes compartimentos y se mueve de un lado a otro en una bicicleta con botella adosada a la barra, sillín amplio para evitar las hemorroides y timbre en el manillar. Los más avanzados tecnológicamente han acoplado al manillar en su tramo central un pequeño ordenador o «ton-tón» que les conduce al destino sin necesidad de reparar en las señales de tráfico. En la mochila llevan de todo menos mudas, porque el chancleta marsupial se baña en el mar en pelotas silvestres y aprovecha el líquido elemento salado para lavar su ropa, que adquiere una consistencia creciente gracias a la sal acumulada durante sus etapas pedaleadas. En ese aspecto ha mejorado a su antecesor, el chancletas mondo y lirondo, que olía fatal. El marsupial mochilero al pedal huele a pescadería con buen género a la venta.

Los más envidiados son aquellos que además de la marsupia y la mochila, portan bolsas de viaje en los laterales de las bicicletas, perfectamente calculadas de peso y volumen para mantener en posición de rodaje el vehículo de dos ruedas. En el norte hay dos caminos religiosos y culturales. El que lleva a Santiago de Compostela desde el primer medievo, senda creadora del concepto de Europa, y el que finaliza en el primer ascenso desde Potes a Fuente Dé, en santo Toribio de Liébana, donde se guarda la más grande reliquia de la Cruz de Cristo. Y eso produce diarias y desagradables confusiones. Los peregrinos de a pie o en bicicleta que recorren los tramos santos acostumbran a ser acogedores con sus colegas de sufrimiento, y ofrecen toda suerte de ayudas a los chancletas marsupiales, creyéndolos compañeros de destino. Pero el chancleta marsupial, da igual su género masculino o femenino, se muestra arisco y nada comprensivo con los peregrinos religiosos, a los que informan de su condición de laicos, anticristianos y comecuras, lo cual es plausible si se hace con anterioridad a cenar, dormir y desayunar de gorra en un albergue de peregrinos. Ellos lo hacen cuando se marchan, con la marsupia ahogando al Ché Guevara, y la mochila ocultando la estrella roja de cinco puntas, siempre tan acogedora. El chancletas marsupial, harto desconfiado, duerme con la marsupia en su lugar por llevar en su interior el dinero presupuestado para su laico recorrido.

No obstante, la mayor parte de los chancletas marsupiales mochileros al pedal, no soportan excesivo kilometraje, y detienen su periplo cuando una playa no está todavía suficientemente sucia, con el fin de ensuciarla adecuadamente de acuerdo a su interpretación de la higiene. Los más favorecidos por la fortuna terminan instalados en algún camping, que no levanta sospechas en la izquierda ecologeta. Y si cerca de su acomodo existe un campo de golf, aprovechan la oscuridad de la noche para abonarlo con sus sobranzas intestinales, porque de esa manera, ponen su grano de arena en la lucha por la igualdad social. De acampar en solitario o en pequeños grupos dejan los parajes cubiertos de papeles, latas de conserva, botellones de plástico y demás maravillas del ingenio humano.

En lo que llevo en el norte, he apuntado en mi cuaderno de campo más de trescientas presencias de chancletas marsupiales, si bien el número exacto que aporto a la ciencia es 212, porque a uno de ellos lo he avistado ensuciando todo en noventa y seis ocasiones. Sería interesante conocer el número total de chancletas marsupiales mochileras al pedal que se mueven por todas las costas de España y parques nacionales. Simplemente, por curiosidad científica.