Alfonso Ussía

El «Cifuentes»

La Razón
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En la boda de nuestros actuales Reyes estuvieron presentes Carolina de Mónaco y su marido, Ernesto de Hannover. Pero Hannover no asistió a la ceremonia religiosa. Se agarró un pedal de campeonato la noche anterior y decidió no levantarse de la cama hasta que ésta dejara de navegar. La expresión de irritada soledad de Carolina de Mónaco al llegar a la Almudena lo decía todo. Desde aquel día, un nuevo concepto se acuñó en la jerga del Foro. Hacer un «hannover». Hacer un «hannover» no es otra cosa que escaquearse de un rito social. Abundan mucho en los funerales de gente conocida los expertos en dar el pésame con anterioridad a la celebración religiosa, quedar bien y abandonar la iglesia de turno con expresión consternada rumbo a un bar cercano para tomar unas copas. Hay citas previas. «Vamos quince minutos antes, saludamos, hacemos un “hannover” y nos vemos a las ocho en “Richelieu”». Así, cuando en el funeral se canta el «Kyrie Eleison» los «hannover» están pidiendo al camarero la segunda entrega «con más hielo y más whisky, por favor».

La gran sensación del desfile militar del 12 de octubre fue un paraguas. El paraguas de Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid. Un paraguas monumental, con capacidad para cobijar a una familia numerosa, con los colores de la Bandera de España y su correspondiente escudo. En Madrid, a ese modelo formidable de paraguas se le conoce ya como el «cifuentes». Mi plan de esta mañana, con posterioridad a la redacción de este artículo, no es otro que salir a la calle en busca de mi «cifuentes». Porque el «cifuentes» no es sólo un paraguas patriótico y bellísimo. Reúne otras características. Su dimensión generosa, mango poderoso y una resistente varilla para combatir las ráfagas racheadas de los vientos otoñales. El «cifuentes» es el Rolls-Royce de los paraguas y todos los españoles normales –que los hay a millones, aunque parezca lo contrario–, están obligados a lucir un «cifuentes» en sus paragüeros en prevención de los días lluviosos, que por fortuna, al fin han llegado.

De no haber llevado la presidenta de Madrid su «cifuentes», estaríamos hablando del rigor protocolario de los ministros, que llegaron con gabardina, pero se la quitaron en la tribuna. Aznar, siendo presidente, cumplimentó a un Rey Juan Carlos calado hasta los huesos con su gabardina modelo «Los Albertos» y no se desprendió de ella mientras duró la parada militar. «Si el Rey se moja y los soldados se mojan, allá ellos». Las cosas de Aznar. De no haber llevado doña Cristina su «cifuentes», hablaríamos de la buena educación imperante en las tribunas, a las que por fortuna, no acudieron los perroflautas ni sus íntimos los separatistas. Cortesía de un PP más humilde y un PSOE constitucionalista y respetuoso, con Javier Fernández y Susana Díaz a la cabeza. El presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, que tendría que estar más acostumbrado a soportar la lluvia que otros mandatarios, se cubrió con un impermeable transparente modelo poncho, y me recordó a un «marron glacé» de los que compraba de joven en la «Rue Gambetta» de San Juan de Luz.

Protagonistas los Reyes, la Princesa de Asturias, la Infanta Sofía, el buen ambiente en las tribunas, y sobre todo y todos, los soldados que desfilaron. Y el «cifuentes» de la presidenta de la Comunidad de Madrid, grandioso, impactante y envidiado.

Muy de agradecer las ausencias de Podemos y los separatistas. No pegaban nada ahí. Y cumplido el trámite del artículo, abandono mi dulce hogar, me apresuro a dirigirme al meollo comercial de la Capital del Reino, y a ver si encuentro el «cifuentes» de mis desvelos.

Bravo, Cristina.