Enrique López

El deber de la revelación

La Razón
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Uno de los mayores riesgos para la Justicia son las apariencias y, lo que es más grave, juzgar por las apariencias. Vivimos en una sociedad en la que intentando conocer la realidad, nos conformamos con la apariencia, haciendo desparecer cualquier juicio crítico sobre la primera y creyendo a pies juntillas en la segunda. En Juan 7:24, se nos dice: «No juzguéis por la apariencia, sino juzga con juicio justo». Hoy en día se ha puesto de moda cuestionar a los jueces por la apariencia de su imparcialidad, lo cual en principio es algo cabal y correcto, los ciudadanos tienen el derecho a confiar en sus jueces y creer que la justicia será impartida de forma correcta e imparcial por jugadores totalmente independientes de cualquier interés. Cuando hablamos de apariencia de pérdida de imparcialidad, en el fondo a lo que nos estamos refiriendo es la apariencia de prejuicio, de tal modo que, cuando existan circunstancias que puedan hacerle pensar a una persona razonable que, desconociendo el estado mental del juez, pudiere considerar que existe dependencia por parte del mismo, existirá apariencia de parcialidad. Ahora bien, y perdón por la introspección, puede ocurrir que jueces hayan ejercido funciones públicas o hayan participado en actos notorios, de tal suerte que sin hacer la más mínima investigación revelen circunstancias que puedan generar este tipo de dudas; si a esto le aderezamos una interesada participación de periodistas animados por un espíritu cívico de control social, entreverado con intereses personales y políticos, la polémica está servida. Hay una segunda parte de la que nunca se habla, y me barrunto por qué, y es que cuando estas circunstancias que pueden generar esta duda de imparcialidad no son tan notorias ni públicas, pero existen, surge en el ámbito profesional del juez un deber de revelación, esto es, de dar a conocer todas las circunstancias que puedan dar lugar a dudas justificadas sobre su imparcialidad o independencia, algo que no se produce normalmente. Como consecuencia de ello, nos movemos en un mundo de los que no son y lo parecen y, por otro lado, de los que son y no lo parecen o, lo que es peor, se hacen esfuerzos desde el sistema y desde fuera de que no lo parezcan, porque a lo mejor interesa. Cuando Maquiavelo decía que la mujer de príncipe no sólo debe ser casta y pura, sino que debe aparentarlo, significa que debe desarrollar un comportamiento coherente con la pureza y castidad que se predica, pero además ¿debe defenderse y dar permanentemente explicaciones cuando su reputación sea atacada y mancillada? En cualquier caso, la única forma de equilibrar la situación es exigir el deber de revelación a todos, y no sólo a unos, a los que se les ha creado la falsa apariencia, pero esto por desgracia no es así, sino al contrario; hay algunos que hagan lo que hagan nunca serán cuestionados. El problema radica en que, cuando de un juicio se pretenden extraer consecuencias políticas, todo lo que atañe a este juicio se desnaturaliza y se comprime sometido a una presión de oscuros intereses poco confesables que tan sólo admiten un desenlace.