Historia

César Vidal

El día del Holocausto

La Razón
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Esta semana se ha celebrado el día del Holocausto. A más de siete décadas, conocemos sobradamente su desarrollo. Sabemos cómo, primero, se marcó a los judíos ante la opinión pública; cómo en 1935 las leyes de Nüremberg los convirtieron en seres de segunda; cómo en 1938 se los expulsó de la vida pública, académica, artística y mercantil y cómo, desde 1939, la preocupación de los dirigentes nazis fue que murieran a mayor velocidad pasando de los guetos a los fusilamientos en masa y, finalmente, al gas. También sabemos cómo la responsabilidad del Holocausto no recae exclusivamente sobre Alemania porque hubo colaboradores entusiastas en Austria, Ucrania, Hungría o la Francia de Vichy. O cómo sabemos también que en las naciones donde la población civil obstaculizó las deportaciones –como la Dinamarca que salvó al noventa por ciento de sus judíos– resultaron extremadamente difíciles. Sin embargo, lo más importante no son estos datos –con los que, lamentablemente, no podemos revertir la Historia– sino las lecciones. La primera es que el totalitarismo puede llegar al poder aprovechando las urnas, pero un gobierno que no respeta la libertad y la propiedad de los ciudadanos no es democrático. La segunda es que la persecución de los inocentes siempre va precedida de su denigración. El boicot económico o las listas públicas de aquellos a los que se desea infamar son muestras de indecente liberticidio desde el poder. En tercer lugar, no hay que perder de vista el doble lenguaje político. Cuando se habla de paz mientras se desencadena la desestabilización o la violencia, cuando se promete el bien del pueblo a la vez que se le empobrece caminamos hacia la tiranía. Finalmente, la única posibilidad de enfrentarse con el totalitarismo es la defensa firme y resuelta de la verdad y de la libertad. A décadas de distancia, el recuerdo del Holocausto debe alertarnos frente a los que convierten a sectores enteros de la población en responsables de todos los males del mundo. Debe recordarnos que una victoria electoral no es un cheque en blanco para destruir un sistema constitucional, que aquellos que empiezan silenciando medios de comunicación, más tarde o más temprano, quemarán libros y llenarán las cárceles de disidentes, y que los que construyen barreras que separan a la gente utilizando mitos nacionalistas, históricos, religiosos o raciales constituyen un peligro pavoroso contra la libertad. Advertidos estamos.