Lucas Haurie
El «efecto Susana» demuestra su fuerza
Andalucía sólo celebró ayer elecciones municipales pero los españoles sabemos desde 1931 cuan importantes pueden llegar a ser unos comicios locales; que esta vez no cambiarán un régimen pero que en la comunidad más poblada del país sí servirán para mucho más que para conformar los ayuntamientos. Así hablaba con LA RAZÓN un catedrático emérito de la Universidad de Sevilla que, hace mucho tiempo, abandonó durante dos legislaturas las aulas para saciar su vocación política: «Existe una división del electorado en dos frentes que no responden ya a la lógica izquierda-derecha: a lado están los partidos viejos y en el otro, los nuevos. Aquí, con el electorado más conservador de Europa –somos pobres y los pobres somos conservadores por definición–, ganarán holgadamente los partidos viejos».
En efecto, si una comunidad se ha asido con fuerza al bipartidismo, ese trasunto político de nuestro rural «más vale malo conocido que bueno por conocer», ésa es Andalucía. La doble cita con las urnas que han tenido en dos meses los habitantes de la región con más paro de Europa, del trocito del continente donde la corrupción es más palmaria, se ha saldado con un triunfo estrepitoso del PSOE y del PP; que acaparan alrededor de dos tercios de los votos en la cámara autonómica y en prácticamente todos los municipios relevantes, con excepción de Cádiz, ese reducto del anarquismo a la griega que varó en la esquina oriental del Atlántico.
Voto conservador, en efecto, que escucha la enseñanza jesuítica y no hace mudanza en tiempo de tribulación. O que se mantiene fiel a los mandamientos del padre fundador del caciquismo, una especie de Rasputín de la Restauración nacido en Antequera y muñidor de los grandes pucherazos del turnismo de entonces: el gran elector, llamaban a aquél que sostenía que «en Andalucía, las elecciones las gana el que las organiza porque el pueblo vota al que está». La que estaba en marzo era Susana Díaz, que ganó con holgura. Los que estaban hasta ayer eran los alcaldes del PP, que aguantaron el tirón excepto en Huelva, aunque algunos con más fatiguitas que otros, y que terminarán gobernando en minoría ante la dificultad de que se formen mayorías alternativas multipartitas.
¿Y en la Junta? Pues lo mismo. Lo pudieron leer hace unos días en este periódico. Esta semana hay prevista otra intentona de investidura para que la presidenta de la Junta deje de serlo en funciones, ante la que el Partido Popular le ofrecerá la abstención de sus 33 diputados a cambio de que no fuerce alianzas de «todos contra el PP» en algunos ayuntamientos significativos. El bipartidismo no ha muerto, ni mucho menos. Al contrario, se enrocarán los de siempre en su pedigrí de garantes de la estabilidad previniendo contra los advenedizos. «Pese a todo –es su idea fuerza–, no nos ha ido mal en las últimas cuatro décadas». Pues vale.
Susana Díaz ya tiene el camino expedito al trono de Ferraz pero va a sujetarse. En su pugna interna con Pedro Sánchez, la lideresa de Triana hará valer ese mapa con casi toda España teñida de azul excepto la mayoría de las provincias meridionales; donde no sólo gana el PSOE para recuperar muchas de las diputaciones perdidas en 2011, sino sobre todo para mantener a su partido en contacto con el PP. Excluida Andalucía, la ventaja popular en el recuento «voto a voto» arrojaría un resultado nada decoroso para el secretario general. Su inminente parto y las malas perspectivas de los socialistas en las generales la disuadirán de concurrir en las primarias del verano. No pondrá impedimentos para que Rajoy se suceda a sí mismo. Dentro de cuatro años, le tocará gobernar a otro partido. Al suyo, a ella.
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