Historia

César Vidal

El enanito cruel

La Razón
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La semana pasada recibí de un lector varias fotos antiguas donde descubrí la imagen del enanito cruel. No recuerdo su nombre –todos le conocían por el mote– pero recuerdo que fue mi profesor de Ciencias Naturales por dos cursos. Solía pasear por entre las filas de pupitres asestando palmetazos tan inesperados como injustos. A mí me otorgó un trato especial. Un día, quizá al tirarme de las patillas o darme un capón, solté un grito que provocó algunas carcajadas en la clase. Desde entonces, para divertir a sus alumnos, el enanito cruel dedicó los primeros minutos de clase a buscar alguna manera de provocarme alaridos. Era hábil y sabía cómo presionar la nariz, las orejas, una extremidad o el cuello de tal manera que pareciera que me dedicaba a cantar ópera. Por supuesto, aquella conducta parecía normal y como tal la aceptábamos. Años después, siendo yo estudiante universitario, nos saludamos de manera amistosa, incluso cordial, y hasta me preguntó por mi hermano, que ya lo tuvo de profesor en tiempos más civilizados. Insisto. La época era así e incluso los padres repetían máximas como «primero se cumple el castigo y luego se reclama» o «esto es como la mili: al entrar se cuelgan los huevos en el perchero y al salir te los llevas a casa». Reconozcamos que para una criatura de diez años –mi edad de entonces– la pedagogía tenía su aquel. Imagino que hoy en día el enanito cruel habría acabado en el banquillo, si es que no en un sitio peor, pero ¡a buenas horas, a casi medio siglo de distancia y cuando los padres no pocas veces acosan a los docentes de la manera más inaceptable! No abrigo rencor alguno, pero causa enorme pesar contemplar la más que generalizada falta de reacción social ante las modas imperantes. Estoy convencido de que un día el género humano verá con el mismo horror con que hoy contempla la esclavitud o el maltrato escolar a aquellos que predican que es un derecho el asesinar con alevosía a millones de seres indefensos en el claustro materno. También cuando nuestra demografía se desplome –sucede ya desde hace tiempo– y nuestra sociedad envejecida se vea asaltada por fuerzas venidas de fuera, serán muchos los que abominen de la ideología de género como una de las peores desgracias que pueden recaer sobre una sociedad. Pero ya no servirá de nada. Como en el caso del enanito cruel, sólo podrán preguntarse cómo se descendió tan bajo y tan estúpidamente.