César Vidal
El enemigo indomable
Las epidemias han sido terribles acompañantes de la especie humana desde la noche de los tiempos. El libro del profeta Isaías relata cómo, en el siglo VIII a. de C., un ejército asirio a las órdenes del rey Sennaquerib llegó hasta las cercanías de Jerusalén con la intención de tomarla. En teoría, debería haberse tratado de una tarea fácil, pero, inesperadamente, sufrieron las bajas de más de doscientos mil soldados y se vieron obligados a retirarse, una amarga experiencia que halló eco en sus propios anales. El profeta Isaías interpretó la victoria como la acción directa de un ángel, pero poca duda puede haber de que las huestes enemigas fueron aniquiladas por algo tan prosaico como la peste. No era la primera vez que las fuentes antiguas se referían a hechos semejantes. El inicio de «la Ilíada» recuerda cómo el ejército del aqueo Agamenón se vio detenido ante Troya a causa de la peste posiblemente. Y es que, las epidemias han estado siempre cerca de los seres humanos, apoyadas por circunstancias como la falta de higiene o la promiscuidad. Alfonso VIII no pudo aprovechar la victoria de las Navas de Tolosa a inicios del siglo XIII precisamente a causa de una epidemia que diezmó a sus huestes. Más tarde, ya en la Baja Edad Media, la peste negra, relacionada con las ratas, se extendió por Europa diezmando a la población y exterminando regiones enteras. El hecho de que los judíos fueran menos golpeados por estas enfermedades fue interpretado como una prueba de que practicaban la hechicería. Pero ni siquiera el descubrimiento de los microorganismos y la vacunación detuvo totalmente tan luctuoso fenómeno. Nada más concluir la Primera Guerra Mundial, el mundo se vio azotado por la denominada «gripe española». A decir verdad, fue observada por primera vez en Fort Riley el 28 de mayo de 1918 y el primer caso confirmado se produjo el 22 de agosto de ese mismo año. Con todo, el hecho de que los beligerantes en el conflicto tendieran sobre la epidemia un manto de silencio permitió que se relacionara con España, donde no se guardó el mismo secretismo. La pandemia causó entre cincuenta y cien millones de muertes, siendo problablemente la más grave de la historia, pero no la única. Sólo una cierta presuntuosidad ha podido llevar a pensar que las epidemias no tienen ya poder sobre el ser humano. Se trata de una conducta que se manifestaría en afirmaciones como la de que el SIDA tenía que ser una enfermedad de laboratorio. Y, sin embargo, deberíamos aceptar su vulnerabilidad precisamente para poder combatirla con más eficacia. Por citar algunos ejemplos de epidemias recientes, la gripe ha provocado pandemias en 1957-60; 1968-72; y 1977-78, volviendo a atacar en 1988. El último brote de peste tuvo lugar en la India en fecha tan cercana como 1995. En 2003, la viruela –una enfermedad teóricamente erradicada– volvió a aparecer en África. Todo ello sin contar con flagelos como la encefalitis del oeste del Nilo, contra la que se combate desde 1980 o la fiebre hemorrágica argentina, que desde 2003 se ha sumado a la lista de las pandemias. Ahora, los medios de comunicación nos hablan del ébola. No nos engañemos. No se trata de un fenómeno excepcional. A decir verdad, siempre nos han estado acechando.
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