Presidencia del Gobierno
El engaño
No: no voy a referirme a los apaños del Partido Popular para conseguir los votos de PNV y Convergència en la sesión inicial del Congreso de los Diputados. Parece que cuando el PSOE lo hace es una manifestación de su capacidad de diálogo –alabanza de Ciudadanos incluida– y cuando lo consigue el PP todos son reproches, incluido el de Ciudadanos. Pero éste no es el tema. A estas alturas no vamos a descubrir quién es quién en nuestra clase política.
Ayer, la presidenta del Congreso, Ana Pastor, entregó al Rey la lista con los 14 partidos que acudirán a consultas en La Zarzuela. Bildu y ERC han declinado participar en ellas, y los españoles se lo agradecemos. No sé si sus votantes también. Y hoy Felipe VI le entregará el calendario que establece la ronda de contactos con todos los líderes políticos. Hasta aquí nada nuevo. Volvemos a las fotos y a las ruedas de prensa con lo que los políticos dicen que dijeron al Rey, y con el habitual silencio de Zarzuela. Pero esta vez las cosas van a ser un poco diferentes.
La negativa del presidente del Ejecutivo en funciones a someterse entonces a la sesión de investidura al carecer de los apoyos necesarios hizo posible que corriera la lista y que Pedro Sánchez fuera propuesto por el Jefe del Estado como candidato a la Presidencia del Gobierno. Pues bien, aunque en su momento me referí a aquella circunstancia, una clara manifestación de oportunismo político, creo que hoy conviene –ya que nos vamos a ver en las mismas– analizar lo que ocurrió para intentar no repetir aquel error.
Y error fue creerse a Pedro Sánchez. Bueno, no a Pedro Sánchez, sino a lo que éste trasmitió al Monarca: que conseguiría los votos suficientes para ser elegido presidente del Gobierno. Pero aquel engaño, que a los pocos días quedó desenmascarado, pretendía algo más sutil pero no menos importante: que la imagen del secretario general de los socialistas creciera a costa de la designación real y que ésta le ayudara a conseguir unos apoyos que en realidad no tenía. Por primera vez en nuestra democracia, la designación de un candidato a la Presidencia se convertía en parte de una campaña de imagen de un candidato. De un candidato que, por lo demás, nunca pasaría de eso.
Pero nuestra democracia es joven y carecíamos de experiencia. Estoy casi seguro de que aquel engaño no se volverá a repetir. Y no porque un candidato diga al Rey algo que no es cierto, que eso lo seguiremos viendo, sino porque el Jefe del Estado se asegurará de que propone a la Presidencia del Gobierno a alguien que de verdad puede conseguir la investidura. El resto, además de una pérdida de tiempo, es una utilización de las instituciones en beneficio propio.
Así las cosas, a Felipe VI le va a tocar la próxima semana ejercer la jefatura del Estado de la forma que la Carta Magna establece. Pero, como ya señalé en estas mismas líneas, entre la neutralidad constitucional y el arbitraje que establece la misma Ley, hay muchas opciones que el Monarca puede llevar a cabo: desde preguntar con quién se ha hablado y qué respuesta ha tenido, hasta conocer la oferta de gobierno que ha hecho a otros partidos y cuál ha sido su respuesta. Felipe VI puede recabar si los políticos están dispuestos a entrar en un gobierno o simplemente a abstenerse para evitar unas nuevas elecciones. En una palabra: influir. Un papel decisivo para el Rey que debe acompañar de una advertencia que ya conocen los líderes políticos: el coste que tendría para todos una nueva y tercera cita de los españoles con las urnas.
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