Elecciones en Estados Unidos

El éxito y la política

Desde el pasado 8 de noviembre se suceden en todos los medios de comunicación de la mayoría de los países occidentales noticias relativas al perfil personal y político del presidente electo de los EE UU, que inciden en las polémicas propuestas que ha anunciado a lo largo de la campaña electoral, y en lo que hará realmente cuando coja definitivamente el timón del Gobierno de la primera potencia del mundo, el próximo 20 de enero. Lo mismo ocurre en EE UU, añadiendo a ello comentarios de todo tipo en relación con la designación de los miembros del futuro Ejecutivo y de los responsables de las más relevantes agencias e instituciones de la nación.

Pero junto a estas informaciones, se suceden muchas otras que tienen que ver con la vida personal y familiar del nuevo presidente electo y su patrimonio. A diferencia de lo que ocurre con los anteriores asuntos, estos últimos no constituyen parte de la polémica que rodea al personaje y su actuación política, sino que, por el contrario, se presentan como algo propio de la transparencia exigida al más importante de los ciudadanos americanos, y de lo que los ciudadanos tienen derecho a saber sobre él, y del éxito alcanzado a lo largo de su vida profesional.

La publicación de sus múltiples mansiones, hoteles, campos de golf, complejos turísticos, universidades, un avión boeing 727, un helicóptero, etc, no busca encontrar puntos débiles, sino reconocer el éxito personal y profesional de alguien que, con su esfuerzo, ha podido levantar ese importante patrimonio, y servir de estímulo y ejemplo para todos aquéllos que aspiran a hacer realidad el llamado «sueño americano».

Sería impensable que esto ocurriera en nuestro país, donde, lejos de reconocer el éxito y el esfuerzo para lograrlo, se daría por cierto que se ha conseguido de manera ilícita o en base a enchufismos y privilegios, despellejando a la persona y exigiéndole probar la falsedad de las insinuaciones que los comentaristas no acreditan.

El problema de esta actitud tan extendida entre nosotros, fruto de la envidia que nos caracteriza, lleva a la falta de estímulo para lograr el éxito económico, destacar o asomar la cabeza por encima de los demás y a ocultar en su caso el éxito alcanzado, generando opacidad con el consiguiente caldo de cultivo para las insinuaciones malhadadas, y a igualar por abajo, alejando a los mejores y a los que tienen éxito de la vida pública, en detrimento de la prosperidad y del beneficio del país y de sus ciudadanos. Y a su vez, permite que los antisistema, que se regodean de las necesidades y sufrimientos de la gente, encuentren en ello el argumento necesario para articular su demagógico discurso y lograr hacerse con el poder, condenando a la mayoría de los ciudadanos a la pobreza y a la dependencia del Estado, como ocurre en los países donde gobiernan.

Las sociedades europeas, y la española en particular, deberían reflexionar acerca de algo que es consustancial a las sociedades prósperas y libres, muy especialmente las anglosajonas, e incentivar el esfuerzo, el estímulo y el reconocimiento como forma de lograr más progreso y bienestar para nuestra sociedad, acabando con la envidia y la maledicencia, que sólo consiguen igualarnos por abajo, generar tensión social y frenar nuestra prosperidad.