Nacionalismo
«El gobierno de los mejores» de Artur Mas
Platón y Aristóteles ya apuntaron esta hipótesis para gobernar a los pueblos. «El gobierno de los mejores», de los más sabios –no de los más ricos, ni de las clases dominantes– podía gobernar al servicio de la verdad y de la gente. La tesis, a lo largo de los años, quedó relegada hasta la total postración hasta la que la recuperó en el período de entreguerras el denominado «padre del fascismo», por el propio Benito Mussolini, Wilfredo Pareto. Pareto defendía «el gobierno de los mejores», pero difería de Platón y Aristóteles. «El gobierno de los mejores» no estaba al servicio de la verdad y de la gente, sino que estaba a disposición de un Estado que era el que velaba por la verdad y por la gente.
En 2014, Pablo Iglesias recuperó esta frase augurando que «vamos a hacer el gobierno de los mejores», esta vez no en pro de la verdad, la sabiduría ni la gente, sino a disposición de un partido, el único capaz de gobernar para la gente. Ahora, Donald Trump ha vuelto a sacar a relucir «el gobierno de los mejores», como una frase de fortuna que no pasó ni el filtro de una búsqueda en Google por parte de los asesores del presidente americano. Benito Mussolini adaptó para sus camisas negras el concepto porque para todo tipo de populismo exacerbado, «el gobierno de los mejores», se convierte en un elemento fundamental en la estrategia populista, no exento de clasismo porque equipara los mejores, que están al servicio del Estado, del partido, o de una persona, por encima del resto de los ciudadanos que quedan relegados a eso que Iglesias llama «los de abajo».
La historia, sin embargo, nos presenta otras formulaciones populistas que adoptaron «el gobierno de los mejores». Heribert Barrera, el fallecido líder de Esquerra Republicana, nos cuenta en el libro «Cambó», como el líder de la Lliga Regionalista, leía con fruición a Pareto y a Mussolini considerando «el gobierno de los mejores, cuando deja de ser un cercado impenetrable, y está en contacto con la masa de partidarios, es la forma ideal para gobernar colectividades». Esta vez «el gobierno de los mejores», se ponía al servicio de un partido, con un buró político vitalicio que hacía y deshacía.
Algo así, debió pensar Mas junto a su núcleo más cercano. Cuando llegó al poder, tras las elecciones de 2010, Artur Mas se dispuso a liderar «el gobierno de los mejores», al servicio del partido, del gobierno de la Generalitat y de su propia persona. Sin embargo, en esa época, el líder nacionalista se convirtió en el mejor alumno de la «austeridad» propiciada por la política europea. Recortes en sanidad, educación, prestaciones sociales, y un largo etcétera, alejó al proyecto nacionalista de sus bases. Para recuperarlas «y gobernar colectividades», Convergència Democràtica recuperó su gobierno de los mejores asumiendo la reivindicación independentista. Con esta filosofía de nuevo cuño intentó ganar las elecciones de 2012 y el fracaso fue rotundo.
Desde entonces, «el gobierno de los mejores» parecía que pasaba a mejor vida. Sin embargo, ahora Artur Mas ha decidido desempolvar el concepto asumiendo que él es el mejor. Tras ser descabalgado de la presidencia de la Generalitat por el veto de la CUP, Artur Mas ha decidido volver a pasar a dirigir su partido sin contar con la opinión de los que ganaron hace menos de un año el congreso de refundación del partido y explicando, a todo el que le quiere oír, que entre él y Oriol Junqueras no hay duda posible, y que Carles Puigdemont ha sido un «daño colateral». Hemos pasado de «el gobierno de los mejores» para servir al pueblo, a «el gobierno de los mejores» al servicio de una persona y de un proyecto. Artur Mas quiere liderar a la nueva Convergència porque está convencido que sin su concurso el proyecto está perdido. Tiene, además, la fe del converso abrazando al independentismo como si fuera un acto de fe, al igual que abrazó el nacionalismo cuando entró a formar parte de Convergència. ¡Si Platón y Aristóteles levantaran la cabeza!
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