Crisis en el PSOE
El Gran Timonel
A escasas horas de que los socialistas pongan colofón al esperpento en que la ambición de Pedro Sánchez y la estulticia de su cuadrilla sumieron a España hace 309 días, lo más llamativo no es que el PSOE se haya desplomado en las encuestas.
En la última que he leído, se pronostica que, si hoy hubiera elecciones generales, el partido que más ha gobernado este país en democracia, el que llegó a sumar 202 diputados y ha mandado en todas las capitales de provincia y en todas las regiones, sacaría un raquítico 15,9% de los votos. Siendo esa debacle lo más sustancial, no es desde lo más notable. Tampoco que el PP se coloque a sólo 3 puntos del 40%. Lo verdaderamente asombroso, tanto humana como mediáticamente, es que Mariano Rajoy, al que desde hace ocho años no ha habido semana en que las cadenas de televisión no le hayan dedicado programas enfocados a debatir si estaba ya muerto políticamente o sólo agonizaba, emerje de la «merde» con el Gran Timonel. Hay diferentes formas de liderar. Se puede hacer como Alejandro Magno, yendo delante y repartiendo mandobles. Como Napoleón, a lomos de un corcel y visible desde todas las líneas. O desde un remoto despacho, como hizo Eisenhower en la II Guerra Mundial, seleccionando con esmero a tus lugartenientes y controlando cada detalle.
Ninguna de esas variedades es aplicable a Rajoy. Tampoco y siento desmentir la «leyenda urbana», se ha limitado a sentarse y esperar. Ha sido más listo, capaz, paciente y calculador que sus adversarios, a los que supera con creces en conocimiento de la condición humana en general y de la de los españoles en particular.
A Rajoy, que fue buen estudiante y ha leído, le viene al pelo aquella frase de San Agustín a quien se atribuye haber dicho: «Cuando pienso en mí mismo advierto que no soy nada; sin embargo, si me comparo...».
Porque su victoria, en condiciones económicas adversas, abrasado por una crisis sin parangón, cometiendo errores garrafales en la selección de personal, cargando mansamente la pesada herencia de la corrupción, sin política de comunicación digna de ese nombre y sin utilizar a su servicio los medios públicos por mucho que se le acuse de ello, es un triunfo en solitario.
No es Rajoy un dirigente al estilo Churchill o Thatcher. Ni siquiera un tipo maquiavélico como Andreotti. Es, pura y simplemente, mucho mejor que los que le rodean y que los que tiene enfrente.
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