Estados Unidos

El guateque

La Razón
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Los expertos ya daban por amortizado a Donald Trump. Abundaban los editoriales de calibre grueso y las columnas irónicas. La pesadilla remitía, el sol llegaba a dentelladas y tras la desaparición del gran payaso, desinflado en las encuestas, los pájaros seguían cantando. Pero en política no conviene mezclar realidad y deseos. Pocas semanas y unos cuantos líos más tarde el republicano grosero ya ha enjuagado casi toda la distancia que le sacaba Hillary Clinton tras la convención demócrata. Cierto que las posibilidades de que gane Hillary siguen siendo del 69%, pero no lo es menos que la tendencia juega en su contra. Está el abracadabrante viaje de Trump a México, del que salió ungido de una auctoritas solo comparable a la violenta humillación de un Peña Nieto cada día más tonto. Luego fue Hillary, tan aficionada a dispararse en la rodilla, la que desbarró a gusto delante de las alcachofas, cuando insultó a la mitad de los votantes contrarios, a los que tachó de «deplorables». Una altivez, repetida durante meses por distintos periodistas, que no ha hecho sino calentar a los aludidos y achicharrar los debates, más favorables a Trump cuanto más escorados al aullido. No puedes escribir todos los días que la otra América es una tribu de bárbaros, una coalición de evangelistas, capirotes del KKK, granjeros analfabetos, cazadores de brujas en Salem, yonquis del Medio Oeste, partidarios del senador Joseph McCarthy y televidentes lobotomizados y esperar que a cambio te regalen besos. El paternalismo indecente y la convicción de que al otro lado sólo hay corderos díscolos que no saben lo que quieren fomenta de rebote la suscripción masiva a las delirantes tesis de un Trump en el que muchos se creen representados. Por alucinante que resulte, por mucho que les cueste asumirlo a los cabezas de huevo de Brooklyn y San Francisco, la gente reacciona a la contra si percibe que en el debate político recibe un tratamiento humillante. Los que apoyan a Trump serán poco cultivados y comulgarán con una concepción del mundo incompatible con la política moderna y hasta con las leyes de la física, pero no son sietemesinos ni subhumanos. El gran petardo de estos meses es un poco culpa de todos y, en buena medida, de unos medios que alimentan al monstruo, titular va, titular viene, mientras encabronan a la feligresía faltándole al respeto. Para completar el cuadro, Hillary ha admitido que padece una neumonía. Con lo que hace buenas las teorías conspirativas de quienes están todo el día alertando de su mala salud. Como quiera que, encima, lleva la campaña con un secretismo impropio de una candidata sin dobleces, el redoble de chismes anega las alcantarillas y amenaza con desbordarse en un noviembre negro. De seguir así vislumbro como improbable, pero posible, el día en el que un astro de la telerrealidad con la piel color zanahoria jure delante de la Constitución mientras el resto del mundo bebe tila y aplaudimos los reporteros. Será el fin del mundo. A cambio, escribir columnas será un guateque.